A muchos de los ciudadanos que no hayan olvidado todavía contar en pesetas, les gustará recordar que esta semana un dólar vale 120 pesetas. Ahora la correspondencia con el dólar ya se mide en euros, y también estos días se han alcanzado récords de cotización, aunque la comparación se establece al revés: por un euro, casi 1,40 dólares. La fortaleza del euro frente al dólar, aunque habría que enfocarla en sentido contrario: la debilidad del dólar frente al euro, es el reflejo más llamativo de la crisis que se inició a principios de agosto en Estados Unidos, tras el reconocimiento de algunas de las entidades financieras de aquel país de que tenían dificultad para recuperar préstamos hipotecarios a clientes morosos. Pronto se supo que esos préstamos no eran bilaterales banco-cliente, sino que se habían convertido en producto financiero de alto riesgo --muy rentables si se conseguían cobrar--, que cotizaba en todo el mundo, es decir, que están en las carteras de fondos de inversión de todos los bancos, incluidos los europeos. El pasado viernes mismo se supo que un banco británico, Northern Rock, tuvo que reclamar el apoyo del Banco de Inglaterra para afrontar sus compromisos. Y el Eurogrupo, los países que comparten el euro, reunidos en Oporto, admitieron que la crisis no está cerrada.

Para detener la desconfianza de los norteamericanos que ahorran respecto de sus entidades, su banco central --la Reserva Federal, FED-- les ha prestado ingentes cantidades de dólares --igual que ha hecho en Europa el Banco Central Europeo, BCE-- a tipos de interés cada vez mejores que los vigentes. Pero no va a ser suficiente porque los analistas de todo el mundo ya han dictado sentencia: la economía norteamericana está mal, no tiene visos de mejorar y por tanto su moneda ya no es tan de fiar. ¿A dónde va todo ese dinero aportado y apostado en EEUU? De momento al euro, y, en menor medida, al oro y al yen. Es una operación clásica de refugio, que explica las razones financieras por las cuales el euro se está cotizando a precios inauditos.

Hay una segunda parte que no hay que olvidar ni menospreciar: cómo afecta esta sobrevaloración del euro a la economía europea. El efecto más inmediato, es de sobra conocido: el petróleo, que se sigue comprando y vendiendo en dólares y a precios récord, cuesta menos en euros, paliando de este modo sus consecuencias sobre la dependencia energética, y aliviando, de paso, la obsesión de los rectores del BCE por subir los tipos del euro y atemperando los temores de los ciudadanos, cuya economía familiar se ve afectada por el nivel que alcancen los tipos de interés.

Pero hay otros efectos indeseables. En España, un euro fuerte frente al dólar no es aconsejable si se tiene en cuenta que nuestro país es importador neto no solo de bienes comerciales, sino también de capital. Entre hipotecas y endeudamiento de empresas, cada año se importan 100.000 millones de euros de ahorro exterior, que ahora serán más caros de devolver.