Entre otras verdades de perogrullo que siempre olvidamos, nos recuerda F. Savater que lo mejor de las vacaciones son las vísperas, ese momento en que crees tener todo un mes por delante, aunque luego pase demasiado deprisa. Y que no hay nada como dedicar ese mes a vaciar la cabeza, a dejarla descansar de ese afán por comunicarnos que nos trae locos. Utilizamos las vacaciones para desconectar y luego nos pasamos los días llamando a las personas ausentes para decirles lo bien que lo estamos pasando.

Por eso Savater aboga por no aturullarse, ser minimalista en las redes sociales y dejar en blanco la mente utilizando la siesta o un buen libro. Pero no sabemos hacerlo. Ya no.

Una vez que se nos pasan los buenos deseos de las vísperas, empezamos a apretar la agenda para hacer hueco a limpiezas generales, barrido del trastero, repaso de idiomas, cursos de natación y, sobre todo, la estrella del verano, las cenas con los amigos. Uno no es nadie si a estas alturas no ha cenado ya treinta veces en todas las modalidades posibles: terraza, patio o chiringuito, cualquier lugar es bueno para no perder el tiempo.

Nos asusta la longitud de las tardes, cuando debería ser una promesa. Leer, ducharse, darse un baño, dejar caer lánguidas las horas, recogerlas por la noche y sacarles el jugo. Despertarse sin más ocupación que repetir la rutina de que el tiempo ponga todo en su lugar. Dejar en cualquier sitio la taza de café, prepararse otra, olvidar los buenos propósitos cada martes y retomarlos cada lunes. Ponerse en modo siesta, en ese sopor previo que tiene como música de fondo el Tour, o un partido de tenis, o las palabras de ese libro que ahora se desdibujan, se vuelven borrosas mientras cierras los ojos y la tranquilidad te invade.

Dice Savater que él no es filósofo, solo profesor de filosofía, igual que un profesor de piano no tiene por qué ser un gran pianista. Y como profesor, nos acaba de dar otra lección de vida, de esas simples que todos sabemos pero nunca ponemos en práctica: las vacaciones están para no hacer nada. Agobiarse con los preparativos, meterse en obras, colgar compulsivamente cada foto no es descansar.

Es solo cambiar de escenario pero representar la misma función de siempre. Y ya va siendo hora de cambiar el repertorio.