Estoy empezando a pensar que existe una conspiración contra la lectura, encabezada por algunas editoriales y seguida por los políticos de turno. Estos suben el IVA y los otros dan la puntilla publicando píldoras troceadas y masticadas, no sea que los jóvenes lectores se atraganten y no sean capaces de digerir las palabras. De esté puré maloliente raras veces se saca nada en claro, salvo el adormecimiento y la estulticia. Como siempre he creído que las conspiraciones contra la lectura se vencen leyendo y dando de leer, mis alumnos y yo hemos retomado el Quijote , ese libro tan poco leído y tan aclamado, que nos sorprende con su extraordinaria vigencia. Ahí están las sensatas decisiones de Sancho en la ínsula Barataria, o la mejor de todas, cuando abandona el gobierno sin haberse enriquecido y da una lección a todos los gobernantes del mundo. A ver cómo se explica eso ahora. Y los alcaldes rebuznadores, el Retablo de las Maravillas o el poeta, que se burla del protagonista hasta que este empieza a alabar sus versos. Cosas de la vanidad, que hace cuerdos a los que nos alaban. A mis alumnos Don Quijote les parece un personaje admirable porque aunque sea derrotado, siempre se levanta. Por lo menos lo intenta, dicen. Y todas las chicas quieren ser Dulcinea , que es tratada como una princesa a pesar de que es grosera y cebolluna. A ver quién no quiere que la amen así. Luego, cierran el libro y miran el mundo de otro modo, sabiendo que defender a los débiles y enfrentarse a los gigantes es lo menos que puede hacer un caballero andante. Ya vendrán los molinos y los rebaños de ovejas, pero al menos lo habrán intentado.