Se veía venir que si el pasado domingo se producía una ola de voto útil, Izquierda Unida (IU) iba a pagar los platos rotos por su condición de formación fronteriza con el PSOE y porque sus votantes podían sucumbir, como así ha terminado ocurriendo, a la tentación de votar a Rodríguez Zapatero para evitar que ganara Rajoy. Si a ese fenómeno se le une un sistema electoral que castiga de forma tan brutal como injusta a aquel que aspire a ser la tercera fuerza española, tenemos un marco político que condenaba a IU al fracaso de forma irremediable.

La coalición de izquierdas obtuvo el pasado domingo 963.000 votos, un 3,8% de las papeletas emitidas, resultado que le proporcionó solo dos escaños, uno por Madrid (Gaspar Llamazares) y otro por Barcelona (Joan Herrera, de Iniciativa per Catalunya-Els Verds, la marca catalana de IU). Muchos de los votos a IU se volatilizaron a efectos de representación en el Congreso, pues se emitieron en circunscripciones en las que la tercera opción no tenía ninguna posibilidad de sacar diputado ante la realidad bipartidista que se da en el actual esquema político español. Baste solo un dato que ilustra esta realidad: el PNV, con 303.000 votos --menos de la tercera parte de los de IU-- y el 1,2% de los sufragios, se ha llevado 6 escaños.

Lo peor de este panorama es que a las dos grandes fuerzas hegemónicas, PSOE y PP, les interesa mantener la ley electoral en sus actuales términos, porque ello garantiza dos grupos estatales fuertes y unas minorías periféricas --PNV, CiU, etcétera-- bien representadas.

Ahora bien, el lamento de Izquierda Unida por la ley electoral es comprendido incluso por sus más enconados enemigos, pero cometería una torpeza si se limita a refugiarse en ellos. Porque lo cierto es que la formación que todavía lidera Llamazares ha perdido 306.000 votos, ha pasado del 4,96% de los apoyos al 3,80% y ha perdido cualquier posibilidad de constituir grupo parlamentario. Algo habrán hecho mal sus responsables para llegar a esta situación. Posiblemente parte de lo que le ha ocurrido se deba a que su estrategia de apoyo al Gobierno socialista no les ha permitido marcar un perfil propio, fuera de algunos temas como el de la memoria histórica, cuyo fuerte impacto mediático va directamente relacionado su escaso rédito electoral.

En medio de la marea bipolar, la buena campaña que ha hecho IU, con un mensaje radical en lo económico, aunque bien argumentado, y el impecable espíritu ecológico de algunas de sus propuestas no han calado. Eso condena, a Llamazares y a Herrera, a compartir el Grupo Mixto y a perder en el Congreso la potencia que da tener un grupo parlamentario propio. Ante ese panorama, el líder de IU ha tirado la toalla y mucho es de temer que empiece ahora un baile de espadas en el interior de la coalición, como corresponde a la inveterada pero no por ello menos nefasta tradición de los grupos situados a la izquierda del PSOE.