Con motivo de ceder el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía, de Madrid, al Museo Extremeño e Iberoamericano de Arte Contemporáneo, MEIAC, de ocho obras, del pintor Eduardo Naranjo , me es muy grato decir algunas cosas sobre su creatividad y talante artístico, que tanto significa para la cultura extremeña, en general. Y es que, como tantas veces se dice, los extremeños debemos saber valorar mucho de lo que tenemos.

Siempre intuí sobre dicho gran artista esta triple dimensión: la del hombre, la del poeta y la del artista. La fibra del primero se palpa en la hondura humana de su paleta, en la filosofía de su pensamiento plástico y en las tesis formales que defiende. Pues, siempre, va más allá de su propia técnica, escanciando, en moroso sosiego, una actividad desnuda, profunda y compleja: "Tengo un alma delicada y difícil; amo el enigma y el problema", viene a decir. Pero, al final, su producción es todo serenidad, ponderación y equilibrio.

Por otra parte, en el universo de su yo, observamos su vitola de poeta, de neto temblor romántico, a través de cuadros nimbado de atmósferas difusas, que nos trasladan a mundos imaginarios, transidos de añoranzas y melancolías. Como es una sinfonía de versos estremecidos el silencio de sus iconos, que nos seducen por su pellizco lírico. Al tiempo, observamos la potencia de su fantasía desbordante, plagada de aladas metáforas, luces inciertas, sueños y presagios...

En tercer lugar, corona su personalidad la admirable técnica, realizada por medio de un fascinante pincel, que borda su famoso hiperrealismo, tratando con exigente primor los pliegues de sus tejidos, miniaturas, escorzos, y desnudos, de corte academicista. En síntesis, se palpa un gran virtuosismo, que sostiene su formidable dibujo, donde la imaginación y la poesía están presentes, de manera especial, en ese increíble lienzo denominado El sueño con las musas. En un clima de fuerte sabor onírico, un cuerpo sudoroso de varón yace junto al gélido y extraño de una mujer, mientras se observan perforaciones de paredes húmedas que introducen numerosos interrogantes. Este es el lienzo príncipe, de mayor aliento, de los cedidos por el Reina Sofía al MEIAC.

A tal obra, maestra, la acompañan sus bocetos preparatorios, que explican su singular, y pensadísima carpintería, evidenciada también en sus misteriosos espejos, perspectivas inquietantes y ensoñaciones. Todo un rico festín de viandas estéticas para saborear quien visite el museo pacense.