TNtunca se acabará con el dopaje, como tampoco con el tráfico de personas, la vulneración de derechos humanos, el robo, la extorsión o la violencia doméstica. Pero la dificultad de la empresa no puede desanimarnos. Nos enfrentamos a un gigante, pero al fin lo hacemos con voluntad de vencerle. Hace tres décadas que el dopaje controla nuestro deporte. Médicos, entrenadores y deportistas se han confabulado durante 30 años para potenciar al tramposo y castigar al honesto mientras desde los poderes públicos se miraba hacia otro lado. Ha sido así, no lo duden. Lo fue cuando no éramos potencia en nada y los países del Este empleaban el dopaje como armas de victoria masiva hasta que cayó el muro. Lo ha sido en los 90, cuando nuestros vecinos endurecieron sus legislaciones y España se convirtió en el principal paraíso mundial de la sustancia prohibida y sus deportistas en los ´kenianos´ de Europa. Y lo ha sido hasta que alguien se tomó en serio este fraude. España ha sido la farmacia de Europa durante 30 años. No les exagero. Eufemiano Fuentes ya estaba en las pistas en 1980. Los Juegos Olímpicos de Moscú-80 fueron la apoteosis del dopaje, pues a la fraternal convivencia entre deportistas de pueblos variados se sumó un gigantesco mercado persa de esteroides en la Villa Olímpica. No eran malos los deportistas españoles de aquella época. Simplemente, la mayoría participaba en inferioridad de condiciones. Quienes no tuvieron escrúpulos se abrazaron a la bandera del dopaje y ahí empezó el boom del deporte español, con secretarios de Estado acudiendo al Tour de Francia para defender una victoria basada en la probenicida, ese maquillador del anabolizante.

VIVIMOS EN UN mundo en que el honesto tiene las de perder, así que pronto muchos descubrieron que era preferible el triunfo con inyecciones que una derrota amarga sin apelación. Desde entonces, el deporte español ha sido una alfombra roja para los tramposos, que emplearon con habilidad la contradicción de autoridades y federaciones, sometidas al eterno debate entre fines y medios, entre victorias y métodos. Han tenido que pasar 30 años y docenas de escándalos para que alguien tomase el toro por los cuernos. Algún otro lo intentó antes: Santiago Fisas, por ejemplo, en el último Gobierno de Aznar, pero no tuvo tiempo ni para desenfundar. Lissavetsky, sí. Entre medallas teñidas de dopaje o unos resultados inciertos, pero limpios, optó por lo segundo. Lo hizo desde el primer día: tolerancia cero, afirmó en plenos Juegos Olímpicos de Atenas, cuando toda la sociedad exigía medallas sin pensar en los medios empleados. Días después de Atenas, Lissavetsky me dijo en su despacho: "Pekín será duro". Así es. La honradez es una alternativa dura, difícil y compleja, pero había que optar por ella. Había que cerrar la farmacia, clausurar el paraíso.

El acierto de la operación Puerto ha sido centrarse en la cabeza de la hidra. Ir a por el jefe de la banda y no sólo a por el camello de la última papelina. Por eso, apresado el cerebro, ha caído la red y se ha producido el descalabro ciclista. Pero sólo se ha desmantelado una de las tramas. Sigue habiendo otras redes de dopaje en España (y en Estados Unidos, Rusia o Suecia). Una de ellas, incluso muy cerca de la clínica en la que guardaban las bolsas de sangre los doctores Fuentes y Merino. Lissavetsky y la policía lo saben. Ha caído uno de los clanes, pero quedan varios más, activos y en plena forma. Y quedan otros métodos más allá de las transfusiones sanguíneas: la red de esteroides de los gimnasios; la trama de la hormona del crecimiento; los escurridizos anabolizantes de diseño, y los que ya aplican el dopaje genético, quizás el más brutal y, al mismo tiempo, indetectable por su complejidad.

La aprobación unánime de la ley del dopaje es una excelente noticia. El PP se ha sumado a la iniciativa de Lissavetsky, pese a que el día antes su portavoz en la comisión parlamentaria de Educación diera un paso atrás al hablar de la mala imagen que daba España con esta política de tolerancia cero. Su partido le ha corregido en sede parlamentaria y se suma al consenso para clausurar el paraíso de la trampa, algo que no hizo en sus ocho años de gobierno.

CONVIENE ahora que entre todos hagamos labor pedagógica: habrá menos medallas en Pekín 2008. Y en todos los campeonatos que vendrán. Grandes deportistas españoles alegarán lesiones de última hora, mononucleosis sorprendentes, tendinitis agudas. Se ausentarán. Peor para ellos. Estarán perdiendo la batalla. Rafael Blanco, director general de Deportes, me dijo hace unos días: "Estamos cambiando. Hemos aprendido que todos los controles deben ser por sorpresa. Menos cantidad y más calidad. Menos controles, pero al deportista adecuado y en el momento oportuno". Habrá más operaciones como la que ha sacudido el ciclismo. A por ellos.

*Periodista y exatleta