Desde que el universo surgió de una colosal catástrofe --el big-bang -- todo lo que es grande tiene su origen en un fracaso. El éxito de las religiones, por ejemplo, es el fruto de una simiente aparentemente fallida. El caos personal y familiar de Abraham dio origen a dos grandes pueblos: el árabe y el judío. Sobre el fracaso de un mesías que no termina de llegar tienen montada los judíos su poderosa religión. El cristianismo arranca del fracaso más monumental de la historia: la tortura y muerte de su fundador como si fuera un criminal, y el Mahoma que tuvo que huir de La Meca terminó instaurando el Islam.

En un plano más laico podemos recordar que Cervantes , cuya vida fue una calamidad, es el mayor novelista de todos los tiempos; que Einstein , un fiasco de estudiante, se convirtió en el mayor físico de la historia con su descubrimiento de la relatividad; que Kafka , otro infortunado, concibió una de las obras literarias más geniales del siglo XX; y que Van Gogh padeció una auténtica tortura de vida a pesar de ser uno de los mejores pintores de la historia del arte.

El éxito es un caramelo, sabe dulce pero se disuelve enseguida, en cambio, el fracaso es mojama, es decir, dura mucho y se puede tomar en porciones. El éxito conduce al sobrepeso de la fatuidad mientras que el fracaso alimenta para siempre la fortaleza y la sensatez. Amo a cualquiera de mis fracasos más que a todos mis éxitos y a estas alturas de mi vida puedo decir que, sin renunciar al éxito --es decir, al fruto que mi esfuerzo merece--, a lo que de verdad aspiro es a estar a la altura de mi desengaño.

La metáfora de Soraya fracasando en Eurovisión después de una vertiginosa carrera de éxito nos pone de nuevo ante los ojos la lección de cómo de mal pueden resolverse unas expectativas desorbitadas. Pero estoy seguro de que a Soraya le va a venir mejor este chasco, que no tiene fecha de caducidad, que el éxito de haber ganado el festival, cuyo fulgor es más que efímero. Ahora es cuando de verdad nuestra Soraya puede llegar lejos. Su humanidad ha vuelto a su ser clavada en su puesto 24º, el número de la cruz (los dos travesaños, las cuatro partes), y ya se sabe que una cruz, dependiendo de cómo la aceptemos, puede ser el infierno (cuatro y dos suman seis), o la antesala de la gloria.