TEtsto no ha acabado. Todavía queda fin de año y el plato fuerte de Reyes. Para entonces niños y mayores podemos haber engordado entre cuatro y cinco kilos y tener el colesterol disparado, según advierten los médicos. Una buena solución para tanto exceso sería convertir los regalos de Reyes en algo que alimente el cerebro o mueva el corazón. Para el primer objetivo lo ideal es que Melchor, Gaspar y Baltasar se conviertan en libreros. Dice el informe PISA que los adolescentes españoles no solamente no leen, si no que cuando lo hacen, quizás por lo raro del acontecimiento, no entienden nada. Que hay que empezar a disfrutar con los cuentos. Luego ya es tarde.

Los veinte puntos de retroceso en el índice de lectura no son solo culpa de la escuela son también responsabilidad de esos padres que consienten que los niños se pasen las horas jugando con las maquinitas o viendo la televisión. ¿Cuántas consolas, juegos de ordenador y demás juguetes tecnológicos van a traer los Reyes? Es tan cómodo que se distraigan sin meter ruido, no tener que ocuparse de ellos, no quieren otra cosa, lo tienen todos sus amigos... cuántas excusas ponemos.

Es más cansado sentarse con el niño y leer juntos el Patito Feo o el Sastrecillo Valiente y después a la calle, a jugar a la pelota, a correr, a conocer nuevos amigos en el parque. Los expertos hablan de una generación de obesos, con los lípidos peligrosamente altos por falta de ejercicio y eso solo se soluciona jugando. Pero jugar no es estar delante de un ordenador, solo o chateando con quien no debe; para un niño jugar es compartir, descubrir, aprender, crecer.

Qué decir de las muñecas de las niñas, esos engendros que hablan, cantan, hacen pis, y tienen la regla. ¿Cómo sentir ternura por algo tan repugnante? ¿Qué hueco se deja a la imaginación? ¿Cómo va a castigar una niña a su muñeca si uno de sus encantos es que pega patadas gracias a una pila? Los chicos tienen también su ración de horror en forma de unos terribles muñecos que, bajo los nombres de madelman , ironman o spiderman , solo les falta morder la inocente mano que se atreva a sacarlos de sus envoltorios.

El día seis de enero podemos compensar tanto dislate alimentario regalando a nuestros hijos algo que no piden pero que es imprescindible: tiempo de dedicación para enseñarles a montar en bicicleta, a patinar, a jugar al fútbol, a construir un volquete. Tiempo para compartir la magia de la lectura. Todavía podemos intentarlo.