WEw l presidente del PSOE de Extremadura, Federico Suárez, compaginó ese cargo político con el de presidente de una empresa constructora durante unas semanas. Según dijo ayer su partido lo hizo por una cuestión de amistad. Tanto su partido como la Junta han enfatizado que durante el tiempo en que ocupó ese cargo en la empresa no se le adjudicó ninguna actuación, al tiempo que señalan que no existe incompatibilidad entre ambos cargos. Ninguno de los argumentos que han dado Suárez, el PSOE o el Ejecutivo regional acerca de este asunto están puestos en duda, por tanto no hay indicios de que se haya producido tráfico de influencias.

Pero eso no quita para afirmar que Federico Suárez ha cometido un error. Humano, comprensible; incluso puede entenderse que es arriesgado y que honra su sentido de la amistad. Pero un error. Un error político. Porque el solo hecho de que el presidente del PSOE --es decir, del partido hegemónico de las instituciones regionales--, sea presidente de una empresa que ha contratado obra pública con esas instituciones pone en el disparadero de los recelos a sí mismo, a su partido, a la Junta y a la firma Econisa.

Un hombre de la experiencia de Suárez no puede afirmar que abandonó el cargo a las pocas semanas al darse cuenta de que, a raíz de empezar a oírse comentarios, "mi presencia como presidente iba a hacer más daño que otra cosa a una empresa seria". Lo lógico es que ese daño lo hubiera previsto antes.