Siempre me han alegrado la vida los chistes y equívocos lingüísticos, tanto los paridos por el ingenio como los que son fruto de la casualidad o de una interferencia acústica. Será que la herencia familiar o, según mi médica de cabecera, los catarros infantiles continuos y mal tratados me han ocasionado una dureza de oído que a mi alumnado se le antoja la mar de cómica. Así que, entre desesperarme por mi pérdida de percepción auricular o reírme de mí misma, opto por lo segundo, lo que me proporciona patente de corso para carcajearme también y sin mala idea de los dislates ajenos.

Me consuela pensar que esos errores acústicos son cosa cotidiana. Ayer, sin ir más lejos, me proporcionó varios ataques de hilaridad imparable un programa de radio donde analizaban ese tipo de disparates. Como el del oyente que escucha todas las mañanas el anuncio del remedio mágico para los abdominales y no acaba de comprender por qué tiene que tomar «don Régulo bien temprano». Será porque así el producto hace más efecto. O el de ese otro que cada vez que oía la tierna canción de Marco, que vivía en un pueblo italiano al pie de las montañas, creía que lo hacía, no en una humilde morada, sino en una nube dorada. O el de aquel que, al deleitarse con la melodía de Loquillo y los trogloditas, de «uuuhh, nena, voy a ser un rock&roll star», estaba convencido de que se iba a convertir en una roca forestal, lo cual está cargado de sentido común, sin duda.

Las etimologías populares también me han proporcionado momentos de felicidad, como las muy racionales mondarina o vagamundo. Sobre la primera, y pese a los bulos difundidos, la RAE indica específicamente que no es correcta, sino un cruce con mondar. Al menos la edición que yo he utilizado. Que la RAE no es ya la RAE ni mi España es ya mi España. Lo digo porque, al oír el otro día a Garzón en el Congreso despedirse con la antigualla salud y república, quise atribuirlo a una interferencia acústica, pero no lo era. Dijo lo que dijo. ¿Se imaginan a alguien haciendo lo propio al grito de Dios, patria, rey? No, ¿verdad? Pues eso.