WBwlair usó el pasado jueves sus peores artes. Quien ya mintió a la opinión pública internacional sobre el peligro de Irak, le dijo al Parlamento Europeo que, pese a que él ni quiere el euro ni desea entrar en el espacio Schengen, y pese a que ha bloqueado el presupuesto de la Unión, es un apasionado europeísta. Cuando se prepara para asumir la presidencia europea, a Blair no le faltan argumentos, en cambio, para sostener que, ante el desafío global, los recursos de la UE deberían estar menos centrados en las subvenciones agrarias y más en la educación y la innovación. Pero limitarse a eso no es ser más europeísta, sino más pragmático. En cambio, cuando habla de modernizar el modelo social de la UE en la línea de extender el nuevo laborismo --recortes sociales en nombre de una mejor eficiencia económica--, rompe con una honda y consustancial tradición de los europeístas. Hay más: la subordinación de Londres a las necesidades militares, políticas y estratégicas de EEUU pesa más que sus lazos con Europa. Eso añade razones a quienes desconfían de que Blair pueda ser quien saque a la Unión de la crisis en la que está encallada. Porque su idea de Europa, en todo caso, no la comparten la mayoría de los europeístas de verdad.