Se sienta Manuel Mancebo --al que todos conocen en el camping por Manolo Holiday -- al volante de su viejo Renault 21 y arranca el trabajado motor de gasóleo del vehículo. Manolo Holiday es un experto mecánico que ha sabido alargar la vida de ese corazón de hierro dedicándole un esmerado cuidado desde que compró el coche. De ahí que el veterano automóvil, todavía de buen ver, arrastre con desahogo y muy animoso el caracol --la caravana-- que acoge a Manolo cuando planta su vida en el camping, que suele ser durante el mes de julio y agosto.

Hace años hacía el verano en un camping de la Vera, por aquello de que se dejaba caer por allí alguna que otra alemana con la que compartir la fabada de lata y el porrón de tintorro; y Manolo, que se apalancó a conciencia en la soltería, abordaba intrépidamente y sin complejos a las doradas germanas. A veces el hombre salía triunfante de su empresa y amanecía con su botín entre los brazos; otras regresaba a su caracol sin tesoro que ofrecer a su cama plegable. Eran años aquellos en los que el español aún estaba poco europeizado y admiraba alelado todo lo extranjero.

Los campistas de entonces gustaban del entorno puramente bucólico, sin más añadidos artificiosos que el camping gas, la cacharrería para cocinar y la vajilla de plástico. Ahora Manolo nota que el camping se ha llenado de esnobistas campestres que levantan un campamento donde no faltan ni siquiera el lavavajillas y la tele plasma. Recuerda que hace un par de años le cayeron de vecinos una familia de campistas que llevaban consigo un ordenador con impresora y todo.

A sus cincuenta y ocho años, Manolo Holyday sigue veraneando en su caracol, pero ahora lo hace en un camping de la Sierra de Gata, donde pasa todos los fines de semana del mes de julio; en agosto cogerá vacaciones y se irá por todo el mes.

Mientras revisa mi coche me cuenta que a menudo se sube a su viejo Renault 21 y recorre los pueblos de la sierra, donde pasea por sus callejuelas y conversa amigablemente en los bares con los lugareños. Dice Manolo que le cuentan por allí que ahora lo que está de moda son las casas rurales y que los capitalinos se vuelven locos por alquilar una casa en un pueblo. Eso de salir de la gran ciudad y pasar un mes en el campo alejados del mundanal ruido, rodeados de cabras, gallinas y conejos, debe resultarles una terapia relajante infalible. Así que muchos serranos propietarios de casas que no habitan, las alquilan por meses y están haciendo el agosto. Pero, al parecer ocurre también que algunos interesados en vivir esa experiencia naturista lo hacen por puro esnobismo y llegan sin intención de desprenderse de sus costumbres urbanitas. El tercer día de estancia en la casa preguntan dónde pueden comprar un spray de insecticida; el quinto día preguntan dónde está la lavandería más próxima; el octavo día preguntan dónde pueden alquilar un lavavajillas y el décimo dónde está el hotel más cercano.

*Pintor