TEts cierto que el dopaje en el deporte desvirtúa la esencia de éste, salvo en el caso de que todos los que compiten se drogaran y participaran en similares condiciones de estimulación llamémosle "extra", pero no lo es menos que en un país donde los niños y las niñas de doce y trece años se agarran unas curdas fenomenales en los botellones callejeros de los fines de semana, no se le puede pedir a los atletas que se abstraigan de una manera tan brutal de la realidad circundante.

España se droga, se droga muchísimo, se droga sin tino, sin orden ni concierto, desde las señoras que se atiborran de lexatines y cosas por el estilo hasta los que viven varados en las barras de los bares para olvidar las penas y la crisis probablemente.

Somos el país donde más cocaína se consume, y más alcohol, y más de todo, de suerte que la vida ordinaria, que a los españoles nos parece tan normal, está, en realidad, tocada por los vapores. ¿Qué pueden hacer nuestros deportistas, particularmente aquellos tan brutos que sólo se conforman con ganar siempre? Los que no se dopan, que sin duda son muchísimos, acaso la inmensa mayoría, rozan aquí la heroicidad, pero no se le puede pedir a todo el mundo que sea un héroe. Además, el propio deporte es tan antinatural, exige tanto sobreesfuerzo, sudor, torsiones lumbares, brincos desconcertados, descabalamientos musculares y volatinerías sin objeto (a menos que cruzar una raza pintada en el suelo un segundo antes que otro sea un objeto), que en su esencia está también la necesidad de alimentarlo disparatadamente con toda clase de energéticas porquerías.

Lejos quedan los tiempos en que el deporte se practicaba en beneficio de la salud, y en que para darle buen impulso a los pies o a la jabalina bastaba con haber dormido bien y haber comido unas buenas judías con chorizo. Pero las cosas, ya se ve, han cambiado: para el deporte de hoy, que no es sino espectáculo y dinero, se necesitan anabolizantes, esteroides, hormonas y EPO, sobre todo EPO.