Más allá de las disquisiciones filosóficas en torno al concepto de ‘normalidad’ (que personalmente detesto), podríamos establecer que existe algo parecido a una ‘normalidad estadística’. Es decir, lo que sucede con más frecuencia es más ‘normal’ y viceversa. Partiendo de esta idea, la estadística nos podría ayudar a definir —siempre provisionalmente— la realidad de un país.

Muchas veces me pregunto por qué no me siento demasiado integrado en la idea de ‘gente normal’, aunque no me considere peor ni mejor que la mayoría de quienes me rodean. Podría ser porque hace años me negué a ver fútbol, a pesar de que me gusta, como posicionamiento ético ante un deporte convertido en negocio descarnado rodeado de violencia y corrupción; podría ser también porque nunca supero la velocidad máxima de la vía al volante. Pero todo esto me parecía insuficiente para explicar mi desintegración de la ‘gente normal’. Creo que la estadística me ha ayudado a comprenderlo.

El pasado 11 de julio una encuesta sobre violencia contra la infancia elaborada por Save the Children nos revelaba que más de la mitad de los menores entre 10 y 17 años sufre algún tipo de humillación, maltrato o violencia física en el colegio; es decir, que en España es bastante ‘normal”’que los niños sufran en un entorno donde damos por hecho que están protegidos.

Unos meses antes, en enero, el Barómetro de Hábitos de Lectura y Compra de Libros, elaborado por la Federación de Gremios de Editores de España, nos sorprendió con una cifra que debería ser alarma roja en cualquier país civilizado: más del 40% de los españoles no lee nunca o casi nunca. Si es tan ‘normal’ no leer, yo aquí me quedo fuera de la normalidad, claro.

Según el Observatorio contra la Violencia Doméstica y de Género del Consejo General del Poder Judicial, de las 123.725 mujeres víctimas en 2015, hemos pasado a las 134.620 de 2016 y a las 158.217 de 2017. Ya no es solo que los casos se cuenten por centenares de miles, es que, a pesar del desarrollo legislativo para atajar esta vergüenza, en realidad no deja de crecer. Las cifras hablan a las claras de una ‘normalización’ del fenómeno.

El último dato aportado por el prestigioso economista alemán Friedrich Schneider —referente internacional en economía sumergida sobre el PIB— confirma que en España el 20% de la economía es irregular o ilegal. Es decir, que de cada cinco euros que pasan por nuestras manos, uno no es limpio. Para quien le parezca ‘normal’, baste decir que Austria, Luxemburgo, Países Bajos o Reino Unido no llegan al 10%.

Durante el transcurso de un debate sobre el consumo moderado y responsable de bebidas alcohólicas el pasado mes de junio, la experta nutricionista escocesa Carrie Ruxton desveló que el 70% de los españoles desconoce cuál es el límite recomendado de consumo de alcohol. Algo, por tanto, absolutamente ‘normal’. Quizá en relación con lo anterior, también durante el pasado mes de junio supimos que España se sitúa a la cabeza (cuarto lugar) del consumo de cocaína y cannabis en Europa. Otra ‘normalidad’ de la que nos informaba en este caso el Observatorio Europeo de las Drogas y las Toxicomanías.

Ya en 2016, un estudio del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) reveló que la principal vía para encontrar trabajo en España era ‘a través de un familiar directo’. Al año siguiente lo confirmó rotundamente un estudio de Lee Hecht Harrison, una de las empresas líderes en consultoría laboral, ofreciendo un dato: el 75% de los trabajos se consiguen en España por enchufe. Lo más normal del mundo.

Sin poder agotar en estas líneas todas las estadísticas que perfilan la ‘gente normal’ en España, solo con estos pocos ejemplos puedo comprender perfectamente por qué me cuesta tanto alinearme con esta idea de normalidad. Si España es el país del enchufe, un país líder en consumo de alcohol y drogas sin conocimiento de sus consecuencias, si es un país donde se encuentra normalizada la violencia contra las mujeres y contra los niños, si el dinero negro es algo cotidiano y si casi la mitad de los españoles no lee, ¿quién querría verse reconocido en esa normalidad? Yo, desde luego, no.

* Licenciado en Ciencias de la Información