Que países europeos con economías muy diversas tengan una moneda única no es una asignatura fácil. Mientras la economía funcionó, no hubo problemas, pero ahora, en la peor crisis desde 1929, emergen las contradicciones. Porque no se ha ido con rapidez hacia un gobierno económico y un poder político europeos. El Banco Central Europeo (BCE) actúa bien, pero, al no tener detrás un Gobierno también europeo, está mucho más limitado que la Reserva Federal norteamericana.

El temporal empezó con la crisis griega y en mayo se tuvo que crear un fondo de estabilización de 750.000 millones --no previsto en el tratado de la Unión Europea-- y todos los países, España la primera, adoptaron medidas de rigor para tranquilizar a los mercados (los que prestan dinero a los estados y a empresas que lo piden).

Desde entonces, España, gracias a las medidas del plan de ajuste, avaladas casi siempre por los nacionalistas catalanes de CiU y los vascos del PNV, ha corregido sus desequilibrios. Así, el déficit público de los 10 primeros meses ha caído nada menos que un 47% sobre el del año anterior.

Pero la crisis irlandesa provocada por el brutal aumento de su déficit público, que ha subido del 9% al 32% del Producto Interior Bruto para aguantar a sus bancos, ha creado alarma en los mercados, en especial los de deuda de algunos estados. Y el plan de salvación de Irlanda, de 85.000 millones, acordado el pasado domingo tras varios días de indecisión, no ha frenado la inquietud, sino que ha generado una corriente de desconfianza. Primero en Portugal, después en España, porque sus bancos tienen deuda portuguesa, luego en Italia, que se vería arrastrada, e incluso en Bélgica.

En tiempo de tribulación, los mercados se alteran. Quizá se normalicen, pero ello exigiría una gestión rigurosa en los países del euro. España no debe dilatar reformas, como la de las cajas de ahorro o las pensiones, pero adoptar más medidas de ajuste dañaría la reactivación.

Y la clave no es España, sino la falta de dirección política del euro. El Banco Central Europeo está maniatado por la ortodoxia que fija Alemania, que duda entre defender el euro como prioridad o supeditarlo a sus intereses a corto plazo. Y eso no genera confianza.

Angela Merkel debe saber que anteponer siempre lo ortodoxo a lo conveniente puede tener consecuencias catastróficas para Europa, e incluso para la propia Alemania.