Sobrepasado el mes y medio del inicio de la catástrofe del Prestige, las autoridades francesas sólo han tenido que ver la llegada del primer chapapote a sus aguas para activar la máquina del Estado para combatir la marea negra. El jefe del Estado, Jacques Chirac, ordenó a la fiscalía tomar cartas en el asunto, llamó al presidente de la Comisión Europea para tomar conciencia de la magnitud de un desastre ecológico internacional, y ha activado el plan de emergencia poniendo al frente al primer ministro y enviándolo a la zona afectada. Tan cierto es que el Gobierno francés ha tenido tiempo para ver venir el chapapote como que desde el primer momento París mostró su preocupación tras la experiencia del Erika y ofreció su ayuda a un Gobierno español que por entonces dedicaba más esfuerzos a negar la existencia de la marea negra que a activar y coordinar todos los recursos del Estado. La crueldad de la imagen que devuelve el espejo parisino al Ejecutivo español se agrandará si José María Aznar se empecina en combatir a la oposición tanto o más que al fuel contaminante, y en anunciar a los gallegos que les compensará de su desgracia con nuevos proyectos y obras que ya estaban decididos y presupuestados.