La reacción destemplada del secretario de Estado francés para la Cooperación, Alain Joyandet, a propósito del papel que ha asumido Estados Unidos en la tragedia haitiana --un comportamiento que recuerda al de una metrópoli despechada-- ha sido rápidamente corregida por el presidente Nicolas Sarkozy, que corría el riesgo de dejar a Francia en la más estricta soledad ante la comunidad internacional. "El papel esencial que Estados Unidos desempeña sobre el terreno", subrayado por el Elíseo con toda solemnidad, no es más que el acelerado viaje de regreso de Francia al consenso internacional. Un consenso que puede resumirse en una frase: lo que no haga el Gobierno estadounidense por iniciativa propia, sin aguardar a que dé el visto bueno la farragosa maquinaria de las organizaciones internacionales y particularmente Naciones Unidas, no lo hará nadie.

Que el dinamismo del presidente Barack Obama obedezca más al oportunismo de poner freno al bajón de popularidad del que hablan las encuestas en el primer aniversario de su Presidencia que al "prurito humanitario" de su Administración, destacado por los medios informativos liberales, es menos importante que el hecho cierto de que solo su Gobierno, por proximidad geográfica, experiencias anteriores en ese mismo país, medios y voluntad política, está en condiciones de poner orden en el caos de Haití, que alimenta la desesperación de los damnificados. Si esto hiere el orgullo nacional de Francia, o de una parte de sus gestores, resulta irrelevante porque la antigua metrópoli tiene una influencia y una capacidad estratégica limitadas para cambiar el curso de los acontecimientos. Y Sarkozy ha estado rápido de reflejos para cortar la polémica y atenerse a la tozudez de los hechos.

Para ser preciso, en las circunstancias actuales debe hablarse de la excepción francesa, porque la comunidad internacional apenas ha puesto inconvenientes al despliegue norteamericano. A la vista de la gravedad del momento y de las limitaciones de todo el mundo, la necesidad de movilizar al gendarme ha quedado patente mientras la ONU y otras organizaciones se recuperan de las consecuencias del seísmo. Incluso aceptando que se trata de una solución imperfecta, es evidente que es preferible a la confusión de los primeros días.

Lo cierto es que Estados Unidos sigue siendo la única potencia global, capaz de ponerse en marcha en cualquier momento porque cuenta con la experiencia y los medios acumulados durante decenios. Quizá fueran preferibles otras modalidades de acción para preservar el papel reservado a la ONU, pero para los haitianos, que carecen de todo, no tienen importancia estas sutilezas y solo importan los resultados.