Dicen los psicólogos que hay cierta lógica oculta en el hecho de que nos gusten las listas. La realidad no les contradice, porque cualquier artículo armado de un «10 cosas que no…», «20 sitios a los que…», «las 100 mejores…» se posiciona ipso facto en lo más alto de noticias vistas en cualquier medio. Y lo hace porque nos reafirma: si muestra nuestras preferencias, nos sentimos reconfortados y (un poco) orgullosos de haber sabido apreciar lo que pocos harían. Si, por el contrario, no coincidimos, siempre podremos pontificar sobre la falta de criterio del autor. Dense un paseo por comentarios de periódicos digitales y escuchen (bajito) entonar a Lou Reed su Walk on the wild side.

Es un reverso de las razones que motivan el éxito de esos programas de la cosa «basuril», en los que los invitados se despellejan como pirañas sangrientas en una piscina de bolas, y sagas familiares lloran y urden tramas cual folletín novelesco. En plan «trash» y con pasta por medio, eso sí. La vista alejada, desde nuestro sofá o móvil, genera una cómoda perspectiva y nos consuela ver que hay mucha mugre en la sociedad, que diría Travis, y que no pertenecemos a ella. El circo y los leones.

Si hay un término que ha ocupado plana estos últimos años ha sido el «populismo». Un nombre cuando menos mutante, aceptado y rechazado a partes iguales, objetivo para unos y encanallecido para otros. Todos sabemos que ha sido usado hasta la saciedad, y que ha servido para calificar a casi todo el arco parlamentario. Aquí y en otros países. Lo cual nos dice dos cosas: que el término ha ganado fama y flexibilidad y coloca al señalado despectivamente.

Pero lo que no tenemos es una solución al concepto. Se aplica tanto y a tantos, que su definición resulta casi impredecible. Politólogos, filósofos, periodistas se han lanzado a la búsqueda de una concreción conceptual del término, sin que parece que haya un consenso. No seré yo quien se atreva con tamaña hazaña. Doctores tiene la Iglesia.

Haciendo un esfuerzo, quizá no alcancemos a comprender entero el término, pero sí podremos aislar entomológicamente sus aplicaciones. En las que siempre se oculta lo mismo.

Populismo es que Pablo Echenique, portavoz de Podemos, diga después de perder una moción de censura que, en realidad, la han ganado. Poniendo un gráfico en el que suma todos los que han votado sí, que superarían a los contrarios a la moción. Pero eso significa que se apropia --graciosa y libérrimamente-- de las abstenciones. Y, sobre todo, significa mentir. A sabiendas. Porque es mentira: perdieron la moción. Sobre victorias morales, ya hablamos otro día. O mejor, leen a Jabois, que lo cuenta mejor y con más ingenio.

Populismo es que Miguel Ángel Revilla, indescriptible político cántabro y amante de las anchoas, diga después de los atentados de Londres que gran parte de la culpa es de los gobiernos occidentales. Básicamente, los que no tienen su signo político. Dando a entender, mediante insinuaciones, un «causa-efecto». Y es populismo porque regala la solución fácil y nos libera de una culpa ciudadana: atacan Europa porque les provocamos. Pero, sobre todo, es una enorme mentira. A sabiendas y a traición, porque el terrorismo no es terreno para componendas políticas. El mayor número de atentados y víctimas mortales del terrorismo islámico radical no ha sido en Europa, sino en territorio musulman. Malí, Irak, Pakistán. Más del 87% de los atentados perpetrados por organizaciones terroristas islamistas entre 2000 y 2014 se produjeron en países donde la mayoría de la población es musulmana.

Muchos de los que lean este artículo se quedarán con que he citado ciertos partidos y no otros. Estupendo, porque no creo que les ayude en nada. Sólo buscan confirmación; pese a que lo he dicho antes: el populismo no entiende ni de colores ni siglas.

Sigo sin entender qué es el populismo, pero sí que tengo claro que debemos distinguir cuando pretender disfrazar ventas como argumentos, eslóganes como razonamientos, soluciones mágicas y exprés a problemas de alta complejidad. Porque nos entregan la misma carnaza que hemos hablado antes. Nos hacen la lista que más nos gusta y se adapta a nuestros gustos. Nos subestima, porque nos atonta.