Lo malo de los expresidentes de Gobierno no es que se retiren a la empresa privada (bueno, si fueran solo los expresidentes...), sino que no se retiren de la vida pública. Hay muchos modos de no retirarse, pero el más común es la conferencia, por así decirlo, y de la que con razón se quejaba Eugenio d’Ors: «En Madrid, a las siete de la tarde, o das una conferencia o te la dan». Y el más conferenciante de los expresidentes españoles es, sin duda, Felipe González, que si cobra de alguna empresa privada, o de varias, será como asesor, pero cuyo oficio en la vida pública es moralizar, dar conferencias admonitorias a derecha e izquierda.

Así, su última admonición ha sido para José Luis Rodríguez Zapatero, del que dice que las gestiones de diálogo que realiza en Venezuela han logrado «lo contrario de lo que se pretendía» y que el resultado ha sido «multiplicar por seis el número de presos políticos». (Como no podría ser de otro modo, antes o después de hablar del resultado de esas gestiones, González habrá incrustado su muletilla más famosa, esa que el expresidente utiliza como paletadas de cemento, según Ferlosio: a saber, su característico y agotador «por consiguiente».)

A decir verdad, la crítica a Zapatero no ha sido en una conferencia sino en una entrevista, pero da lo mismo, porque a González le basta una pregunta para responder con una lección magistral. El caso es que no solo endosa a la delegación que encabeza Zapatero la multiplicación del número de presos políticos, que, según González, «han pasado en el último año de 72 a más de 430», sino que también parece responsabilizarla del «desabastecimiento de la población y de una inflación que es infinitamente mayor».

Cierto que González extiende su crítica también a los demás expresidentes mediadores, Leonel Fernández y Martín Trujillo, para añadir que están elegidos «al gusto de Maduro». Sin embargo, con quien se despacha gustosamente es con Zapatero, reconociendo además, y varias veces, que nunca ha hablado con él sobre lo que hace en Venezuela. Y para esto último no puede haber más razón que la falta de razón, por consiguiente.

* Funcionario