TEtl resultado del referendo sobre la Constitución europea ha dejado en la política nacional un rastro de reyerta --el epílogo a las que trufaron la campaña-- entre los partidos a cuenta de la baja participación. Que una consulta, aunque fuese sobre algo tan trabajoso de leer para el conjunto de los ciudadanos como es el texto constitucional de la UE, se salde con una participación de poco más del 42% del censo, es un fracaso: del Gobierno, pero también de todos los partidos que llamaron a votar, independientemente del sentido del voto. En la urna, un voto afirmativo es exactamente igual que otro voto afirmativo. Nadie podría distinguir el pasado domingo, a la hora del recuento de las papeletas, el sí a la Constitución que depositó Zapatero del sí a la Constitución que depositó Rajoy . Y de igual modo, que un ciudadano optara por quedarse en casa en lugar de ir al colegio electoral es un comportamiento que hay que atribuir a que las dotes de convicción de todos los partidos que pedían que fuéramos a votar no resultaron suficientes para convencer al votante de la necesidad de expresar su opinión. Por ello, que unos y otros se empeñen en intentar hacer la distinción entre unos síes y otros síes o de hacernos ver el voto oculto que encarna la abstención con el único fin de jugar el juego de las zancadillas, tiene una importancia menor: la que tiene el que los partidos se coloquen las anteojeras y no quieran ver la política más que como un campo de discusión improductiva --y muy cómoda: no es necesario esforzarse mucho para pelear; pensar en más fatigoso-- con el adversario.

En este panorama, Extremadura ha sido una feliz excepción: hemos sido los más interesados en participar de España. Aunque no ha habido el entusiasmo de otras consultas, porque los extremeños siempre somos de los primeros en responder a la llamada de las urnas, hemos alcanzado el umbral soñado de participación: la mitad del censo, casi 8 puntos por encima del conjunto nacional. Ninguna otra comunidad autónoma puede decir lo mismo. Y, por si fuera poco, hemos sido los segundos, por detrás de Canarias, en porcentaje de votos afirmativos: el 85%, casi 9 puntos más que la media española. Es decir, los más participativos y de los más europeístas.

Quiero interpretar que este éxito se debe, al contrario de lo ocurrido en España, a que los partidos políticos regionales han sabido hacer ver al elector lo necesario que ha sido participar en el referendo. Pero, sobre todo, esta participación se debe a que Extremadura ha sido bienaventurada en Europa. Europa lleva ganándose a los extremeños desde 1986, cuando nuestro país firmó el Tratado de adhesión.

Y es que se le debe tanto a Europa en esta región --y se le debe no sólo como sociedad, sino como individuos particulares: personas con nombres y apellidos, agricultores y parados particularmente, cuyo futuro no es incierto por culpa de Europa--, que no votar la Constitución hubiese sido una injusticia ingrata y un contrasentido: un voto contra nuestros intereses.

Formalmente, a Izquierda Unida no le ha faltado razón durante la campaña cuando destacaba la incoherencia que era pedir el voto afirmativo al texto constitucional para, acto seguido, considerar que no era necesario leerlo. Sin embargo, la coalición de izquierdas no tenía en cuenta que decenas de miles de extremeños llevan años sintiendo y comprobando los beneficios de la campaña del sí, la campaña de que pertenecer a Europa trae cuenta, y que lo que ese texto recoge, con independencia de lo que diga su articulado concreto, es la articulación de esa pertenencia. Es muy difícil no tener en cuenta que las autovías están en parte financiadas con dinero pagado por los ciudadanos europeos. Que muchos de nuestros pueblos cuentan con depuradoras, con bibliotecas o campos de deporte sufragados con la ayuda de ciudadanos que comparten con nosotros el pertenecer a la Unión Europea. O que los agricultores sostienen, o mejoran, sus rentas porque existe una Política Agraria Común que les protege. O que un desempleado accede a cursos de formación porque hay programas europeos que invierten en él. Ante todo esto, se hace difícil no responder sí. En España, el término europeísta se ha relacionado históricamente con la cultura, con las ideas avanzadas, más que con el bolsillo. Extremadura muestra que se puede ser europeísta porque conviene. Y no es mala forma de serlo.