Pasar de hablar con Fernando a hablar de Fernando no es fácil. A Fernando le gustaba hablar con la gente, y uno, cuando hablaba con él tenía siempre la sensación de la comodidad, la tendencia a dejarse llevar y perderse en sus palabras, siempre llenas de razón, de sabiduría y de diversión, también. Hablando con Fernando el reloj no contaba, daba igual si se había quedado y se llegaba tarde. Hablando con Fernando uno sabía que aprendería algo nuevo, que sumaría a lo suyo, por ejemplo a la opinión sobre el espectáculo que acabábamos de ver, una nueva lectura, una nueva interpretación- y todo bien aderezado por datos, fechas, nombres- llegados de la experiencia de un hombre que podía hacer miles de kilómetros para gozar de un evento único, de un concierto irrepetible, de una propuesta teatral arriesgada.

De Fernando, en el Gran Teatro, recordaremos muchas cosas: su continua presencia en casi todo lo que se programaba, sus opiniones en los vestíbulos, con peso de asesor no remunerado, y sus maratones de cine con el Festival Envideo. El fue jurado en casi todas sus ediciones y, por su edad, los jurados invitados (ganadores de un Goya al mejor cortometraje, directores noveles, nuevos productores- jóvenes, vaya) debían ver en él al típico crítico de provincias que añadiría el matiz conservador en las deliberaciones. Nada más lejos de la realidad. Polemizaba, opinaba, contaba anécdotas, tiraba de la lengua queriendo saber lo que opinaban aquellos emergentes creadores y convertía las sesiones del jurado en momentos deliciosos, que nunca podremos olvidar, igual que nunca podremos dejar de hablar de Fernando Turégano, ahora que ya no podemos hablar con él. Descansa en paz, Fernando.

Isidro Timón**

Director del Consorcio Gran Teatro de Cáceres