El resultado de las elecciones autonómicas y municipales ha hecho saltar más alarmas de las que se dicen en la familia socialista. No porque dan por perdido el partido, sino simplemente porque ven que hay partido, cuando ellos creían liquidada su particular liga con el PP por lo menos para la convocatoria del 2008. Hay partido, el PP aguanta porque ahí votan todos sin excepción, y sin embargo, las distintas izquierdas --exquisitas, exigentes, apáticas, desconcertadas, marginales o hartas de bronca--, se quedan en casa. Especialmente en Cataluña y Andalucía, los tradicionales graneros del PSOE. Además, ETA no copia al IRA como muchos esperaban, sino que se copia a sí misma. Y aunque algunos albergan una última esperanza de que a pesar de sus bravatas asesinas, la banda no comience una campaña atroz como hizo tras la tregua del 98, es imposible actuar como si esa amenaza no fuera tan real como todas sus brutalidades anteriores. Mientras, la sociedad española devora y olvida como si fueran noticias de usar y tirar las conquistas sociales que el Gobierno enumera para colocar en la vitrina de la historia: la ley de dependencia, la de igualdad, el matrimonio entre personas del mismo sexo, la reforma laboral, el estatuto del trabajador autónomo... Y eso sin contar los buenos datos de la economía. Los socialistas, pues, se encuentran ante el clásico ¿qué hacer? Y en esta tesitura, otro clásico consiste en echarle la culpa a la comunicación, la suya o la de los medios que le son adversos. Nos han robado la agenda, dicen. Sin quitar a ninguno de los dos factores su importancia, un veterano dirigente socialista me comentaba esta semana que la situación mejoraría mucho solo con que el Gobierno se lo creyera un poco más. Que actuara sin dar la impresión de pedir permiso al PP para gobernar. Una actitud que obliga a jugar a la defensiva e impide discursos claros en materias tan sensibles como la lucha antiterrorista. Los españoles, asegura, entenderían muy bien incluso la letra pequeña del proceso de paz si se explica claramente y se demuestra que una vez roto, no hay contemplaciones.