Abogada

Este desgraciado conflicto bélico ha dado pie, una vez más, a utilizar la imagen de los pequeños como arma arrojadiza para la mayor crueldad de todos. No hay duda de que una guerra es inútil, porque mata a la gente; es desgraciada, porque hace olvidar cualquier atisbo de actitud ética. Por esto, quizás, una no debe por menos que escandalizarse ante esa utilización indiscriminada de la foto de un niño o niña llorando, apagándose entre los brazos maternos, ante la avalancha de misiles que golpean su incipiente cuerpo y frente a la mirada ajena de todos.

Pero, ¿tenemos derecho a publicitar su imagen, sin ningún tipo de reserva? Yo creo que no, francamente. Si alguien quiere describir el horror de una guerra no debe utilizar la dignidad de una criatura para hacernos comprender que, entre tantos inocentes que morirán las primeras víctimas serán las más inocentes de todas: los niños.

Es absolutamente lamentable la ausencia de unos mínimos éticos a la hora de reflejar un horror, esto no significa censurar imágenes, obviar la verdad, recurrir al juicio justiciero de los buenos y malos. Pero apelar a la exclusiva imagen de un menor ejemplarizante del horror de un conflicto bélico es toda una pasada, especialmente porque a éste siempre hay que protegerle por encima de todos y de todo; preservar su intimidad aunque sea más allá de la muerte, o, quizá debería decir asesinato, por la impunidad en la que se está moviendo este conflicto.

El rostro impenetrable de un niño nunca debe ser violado, ni siquiera cuando este rostro represente la mayor de las atrocidades; esto es, que sea parte del testimonio fúnebre de la mayor tragedia de la humanidad: la guerra.