La ausencia de acuerdos concretos en la declaración final de la cumbre de la FAO, celebrado a lo largo de esta semana en Roma, compendia la negativa del sector agrario del mundo desarrollado a introducir factores de corrección que atenúen losefectos más perversos del proteccionismo que impera en el primer mundo y la extensión de los cultivos destinados a obtener biocarburantes.

Cuando 1.000 millones de personas son víctimasde una lacerante falta de alimentos, contentarse con hacer un llamamiento para "luchar por todos los medios para erradicar el hambre" es menos que un recurso a la cosmética.

Lo cierto es que la presión, concertada o no, de Estados Unidos, la Unión Europea y Brasil, primer productor mundial de caña de azúcar para obtener etanol, ha dejado las cosas peor de lo que estaban hasta ahora, porque se ha perdido una gran ocasión para aplicar los necesarios cuidados paliativos.

Pero la responsabilidad del fracaso no se limita al funcionamiento del sector agroalimentario de los países ricos. La afluencia de capitales que huyen de la crisis financiera y se instalan en los mercados de futuros tiene efectos perniciosos. La revalorización de las cosechas de cereales y la acumulación de stocks han encarecido la dieta tradicional de muchas comunidades más allá de su muy limitada capacidad de resistencia.

En tal situación, invocar, como hace la FAO, la necesidad de "buscar un comercio más justo" es casi una burla y, en todo caso, bastante menos de lo acordado en el año 2004 por la comunidad internacional, cuando adoptó una serie de criterios generales para salvaguardar el derecho de todos los seres humanos que viven en el planeta a disponer de una dieta mínima.

Si, como parece probable, nos encontramos en los primeros días de un largo periodo de grave escasez de alimentos en los países pobres, hay que convenir,además, que el fracaso de la reunión de Roma dará pie a nuevas crisis y castigará la viabilidad de países de Africa y Asia con todos los números para consagrarse como estados fallidos.

Porque al soslayarse en la declaración final los espinosos asuntos de las subvenciones, los movimientos especulativos en el primer mundo y la apertura de los mercados se impide que la agricultura menos desarrollada esté presente en los grandes centros de consumo, y a quienes viven de ella se les condena a no poder dar el paso de una economía de subsistencia a otra que genere suficientes rentas. Una condición sine qua non para que los estados que los cobijan sean algo más que un nombre en un mapa.