Leo una entrevista en El País al jurista Santiago Muñoz Machado sobre su libro Hablamos la misma lengua, documentadísima aportación al intento de desmontar la mala fama de lo español.

Y aún reconociendo que es tarea difícil, anima el académico a que, en primer lugar, seamos los españoles los más interesados en no creernos tales mitos. El autor se rebela contra la consolidación de una leyenda negra propagada desde hace cuatro o cinco siglos y reconoce que, paradójicamente, los movimientos secesionistas internos están provocando una reivindicación de lo español, «y al menos eso vamos a llevárnoslo puesto», pero que tenemos que saber explicar mejor nuestra acción en América, ya que España intentó una colonización mucho más amable que la de otros países.

Esa mala fama no se debió solo a la intoxicación propagandística propia de una época en que las naciones levantaron imperios apropiándose de otras o a la visión antiespañola de eximios escritores como Daniel Defoe, para el que éramos los seres más crueles jamás alumbrados, sino que nace sobre todo de nuestros propios compatriotas, por ejemplo de Fray Bartolomé de las Casas, quien, pese a su importantísima labor en la defensa de los derechos humanos hasta el punto de que consiguió cambiar la legislación para que fuera más protectora con los indígenas, se le puede acusar, si no de paranoico como lo hiciera Menéndez Pidal, sí de sensacionalista. Por lo visto el hombre tenía un inmenso afán de protagonismo y no le importó en su propio interés poner los pilares de esa imagen distorsionada de lo español.

A mí este fraile me recuerda a tantos españoles a los que, por los motivos que sea, les encanta hablar mal de lo propio, por complejo, por interés o por tontería. Y es que frailes bartolomés hay en todas partes y en todas épocas. Vean, si no, a Podemos, tras el 1 O, solicitando a Europa que activara el artículo 7 del Tratado de la UE para suspender el derecho de voto de España en su consejo. Y es que estos assanges patrios, de tanto confundir su patria con el gobierno, prefieren escupirla a apoyarla.