Con el paso de los años, uno se da cuenta de que todo es efímero en esta vida. Que lo que un día fue, puede dejar de ser, con la misma facilidad con que nació y creció. Que lo bueno dura apenas un instante, y que no hay que perderse ni una sola micra de segundo de cada milagro diario. Que casi nada escapa al efecto erosivo del paso del tiempo. Y que, igual que se nos nievan -o caen- los cabellos, de un día para otro, se nos pueden ir helando pedacitos del corazón. Que las pérdidas, y las decepciones, curten el alma, y nos fuerzan a convertirnos en supervivientes, capaces de seguir respirando aunque haya desaparecido parte de aquello que un día amamos.

Aún así y todo, la candidez y la inocencia, afortunadamente, no acaban nunca de abandonarnos, y nos permiten seguir conservando la esperanza y la ilusión, al tiempo que nos ofrecen ocasiones para continuar encadenando los tropiezos que tan humanos nos hacen. Porque equivocarse o sufrir no es necesariamente malo; duele, y puede resultar frustrante o desagradable, pero forma parte de la vida, y, casi siempre, es tremendamente pedagógico. Y además: si todo fuese perfecto y eterno, nosotros no seríamos seres humanos, y este no sería nuestro mundo. Así de claro. Con lo que más nos vale adaptarnos al entorno y a la compañía que nos han tocado en suerte. Porque es lo que tenemos…

Mientras vengan bien dadas, hay que empeñarse en rapiñarle segundos al reloj. Porque hay rachas, y rachas. Y, para estar preparados para las malas, hay que zambullirse frenéticamente, siempre que haya oportunidad, en las buenas. Y ser muy conscientes de qué es lo fundamental y qué lo prescindible. Porque, a veces, perdemos el tiempo en nimiedades, y nos obcecamos en quebrantos artificiales, que fabricamos con un pensamiento circular bastante dañino e inútil.

Lástima que el común de los humanos no nazcamos aprendidos, y con una carga suficiente de humildad que nos permita dejarnos guiar por aquellos que recorrieron el camino antes que nosotros. Entre que nos enteramos, o no, de qué va esto de vivir, se nos pasa la mitad de la película. Y lo peor de todo es que no nos damos cuenta hasta que tenemos ya la frente marchita.