WLw a desaparición de Pinochet, símbolo ominoso de uno de los periodos más sombríos de la historia de América Latina, incita a establecer un balance muy positivo de la transición política en Chile y de los 16 años de coalición gubernamental de socialistas y demócrata cristianos, fuerzas enfrentadas pero abocadas a la unidad por los traumas del asesinato, la tortura y el exilio. La experiencia de la Concertación Democrática se nutrió del horror de la dictadura, pero también de los errores de la Unidad Popular, que fueron ahogados en sangre por el golpe de 1973.

La muerte del dictador puede desvelar amargas divergencias que estaban refrenadas por el recuerdo común de la brutalidad represiva y la ignominia. La Democracia Cristiana, partido mayoritario, experimentará otras tentaciones de coalición ahora que algunos partidos de la derecha quedan exonerados de sus vínculos con Pinochet y buscan integrarse en la concordia democrática. Aunque menos oportunistas, los sectores radicales del Partido Socialista sienten una nostalgia no siempre soterrada de la Unidad Popular.

La izquierda en América Latina está desgarrada entre los radicales que siguen a Chávez y los partidarios del reformismo de Lula. Entre estos se halla la presidenta de Chile, Michelle Bachelet. Con la economía más dinámica del subcontinente, Chile es un ejemplo y su Gobierno merece la más alta consideración por haber conducido con mano firme y generosa la peligrosa salida de una cruel dictadura de 17 años. Pero pronto se enfrentará a los retos de una situación política normalizada, incluyendo al fantasma del tirano que hurga en las heridas.