XCxomo si de los Camelas extremeños se tratase, Pilar Galán --la autora mangurrina de la que ya no se desprenderán si la leen--, Ana Crespo, la luz de la luna editorial --la sombra es Marino -- y servidor nos trasegamos bastantes institutos extremeños, por y para el Pacto por la Lectura.

En lo que se refería a mí, muchos de los pupilos adolescentes, al hablar yo de mi exigua obra y de Soliloquio de grillos, me reprendían un poco amargados por mi actitud de escoger unos personajes tristes, salidos de mi inmisericorde pluma y abocados a no tener una dicha, cuando cualquier cretino no inventado tiene hasta sus cinco segundos de inmortalidad y placer.

Lo mejor de todo es que tenían tanta razón, que mis contestaciones, tan estudiadas como engañosas, me sonrojaban los coloretes de mi cara, aunque menda los maquillase del cinismo y de la distancia que dan los años y los desengaños.

Aliviarlos hubiera sido lo correcto, porque cuando se tienen quince, dieciséis, o..., cualquier síntoma de tristeza, añoranza y melancolía es como dar trazos negros a un lienzo, que se titula primavera.

Claro, que ellos confundían literatura como un relato, un poema, un texto en fin, plagiado de la fuerza de su edad, con carantoñas sólo para el amor, y como escenario, un sinfín de colores y risas, de música y deseo. De la pasión y la pérdida de un tiempo que no existe, porque ellos son el mismo tiempo.

Pero todavía hay más --lo tendrán que descubrir, seguro-- que los triunfitos guapos y famosos; o la Pantoja --cofre de las españoladas-- cuando llora a la Blanca Paloma, mientras la Paloma se fríe por tanto lloro y cante a la vez, no son ganadores, sino la apariencia de una realidad maquillada de tragedia, en la que se apoya cada existencia humana.

A lo que iba, que se me va la olla, --y en el Periódico los caracteres son oro y luego me riñen--, es a la tendencia que todos llevamos dentro de ignorar las decepciones y las derrotas, mientras perdemos el culo por un triunfo tan artificial como engañoso, que solamente quedará --para la mayoría-- en la mente soñadora de ínfulas de alguna tía-abuela.

Veo con espasmo cómo cada vez la parafernalia americana --que son de ellos-- nos invade con la misma soltura con la que se desangran la dignidad de muchos de los iraquís: graduaciones, halloguines y birretes de humanismo, para un país que, al menos, sus gobernantes se lo pasan por la mano en el pecho.

Me temo, que a partir de ahora se hablará en los patios de nuestro institutos --desde Castañar de Ibor a Torremejía-- de lo popular que es Soraya, porque sale con el jefe del equipo de fútbol del centro, el glorioso Kevin. Y luego, la diferencia entre perdedores y ganadores.

Cuando una sociedad llega a inculcarle a sus hijos que lo importante es ganar --y que el débil está muerto-- es, cuando menos, de camisa de fuerza. Porque a ese supuesto ganador de nada le basta una apariencia tan simple como orgullosa. Se negará a llorar y la risa y el chuleo no serán otras cosas que la de una conciencia que nada tiene que decir.

El perdedor será la víctima propiciatoria de un sistema, que sólo mira lo que se ve. Es evidente que desde que uno nace le acompañan genes y circunstancias. Uno es guapo y el otro alto; otro salado, y el que menos pinta, se guarda en el alma la palabra a la que por miedo ni dijo.

Si los jóvenes son algo, es que no son caballos de un gran derby. Lo demás les vendrá sólo.

*Autor teatral