El pasado 09/10/2009 entre las 00.00 y las 00.30 horas llamamos al médico del Centro de Salud de Alcuéscar, al encontrarse mal mi padre de 81 años, con antecedentes de angina de pecho, hipertenso y diabético. Estaba mareado, con dificultad para andar y para hablar y con pérdida de fuerza en la mano derecha. El médico que le atendió, diagnosticó que era una subida de azúcar, sin darle apenas importancia a lo que le ocurría. Ante la insistencia de la familia de enviarlo a Urgencias de Cáceres, toda vez que le había sucedido lo mismo varias veces en los últimos días, accedió de mala gana y con modales impropios de un profesional de la sanidad, advirtiéndonos que a las 2 horas estaría de vuelta y diciéndole a la enfermera que al día siguiente tendría que volver para repetirle la glucemia. Pero no solo no volvió a las dos horas sino que ha estado ingresado durante 6 días en la UCI del hospital San Pedro de Alcántara, con un infarto cerebral.

Me pregunto qué hubiera sido de mi padre si no hubiéramos estado los hijos con él e insistimos en llevarlo a Cáceres, pues su ofuscación llegó hasta el extremo de considerar más importante rellenar el informe que darnos el número de teléfono de la ambulancia para adelantar los trámites, número que nos tuvo que facilitar la enfermera que lo acompañaba, si bien finalmente el traslado lo hicimos nosotros mismos.

Afortunadamente tuvo una buena atención tanto en el Servicio de Urgencias como en la planta de ICTUS del hospital San Pedro de Alcántara, donde lo han tratado de su enfermedad y no de una subida de azúcar. Esto refleja que, si bien existe un buen número de personas entregadas a su profesión en nuestra sanidad, a su amparo perviven seres con escasa capacidad, ofuscados en su ramplonería y en su falta de sensibilidad, cuyo único horizonte es que finalice cuanto antes su jornada de trabajo.

M. Luisa Lozano Senso **

Montánchez