El Aberri Eguna (Día de la Patria Vasca) de ayer era esperado para medir la actitud que cabe esperar del nacionalismo vasco en la nueva legislatura española. El interés radica en que no se puede ocultar la necesidad de un diálogo con ese mundo y la evidencia de que el referente para el diálogo necesario sigue siendo el PNV. Por ser este, pese al varapalo de las últimas elecciones generales, la fuerza central del nacionalismo vasco y porque sus seis diputados son una alternativa de gobernabilidad y uno de los cuatro grupos del Congreso. En la fiesta tradicional vasca, el presidente del Ejecutivo, Juan José Ibarretxe, y el del partido, Iñigo Urkullu, no ofrecieron grandes divergencias de discurso, pese a ser identificados, respectivamente, como abanderados de las esencias o del pragmatismo dentro del partido, lo que no quita para que el PNV necesite ofrecer un solo discurso y no la sensación de estar hablando con la mitad del partido. Lo que sí ofreció ayer el PNV fue su disposición a dialogar, a pactar un modelo de reforma del marco legal incluso a costa del reproche de los más radicales de rebajar su alcance a otro acuerdo estatutario.

Están en ese discurso, abiertamente defendido por Urkullu, las constantes que reivindican la singularidad en el modelo de relación bilateral con el Estado, que es el principal escollo para un acuerdo transversal en Euskadi y fuera de ella. Pero significativamente no hubo en el acto alusión a fechas ni hojas de ruta ni, sobre todo, a la consulta que promueve Ibarretxe (divergencia con la contraparte, que el propio PNV identifica con Zapatero y el PSOE). Hay terreno para desenvolverse políticamente en Euskadi.