XHxace poco tiempo, que he comprendido que el resumen de cualquier existencia se basa en olores, sonidos y sabores. No somos más que un cúmulo de asociaciones aparentemente dormidas. Basta un pequeño matiz, y por tu alma te pasa la película de la que un día fuiste actor principal. En estos días de casi primavera, con sólo salir al balcón, resucité al niño-adolescente que huía de los sacros muros salesianos para darse un revolcón con las estrellas de marzo. Supongo que mi adolescencia también querría otros revolcones menos etéreos y poéticos, pero no vienen al caso. Es ese aire que huele a sangre y vida, el que me motiva a respirar, después de tanto brasero y bombas ficticias de calor. Olores, sabores, recuerdos son todos los motivos para que la vida fluya y los pensamientos encabronados se vayan al limbo del olvido.

Hay motivos para todo y para todos. Cuando amanecer no es sino una condena, un motivo de no se sabe dónde, te hace levantar la persiana y mirar a la niebla de cara a cara. Motivos nuestros de deseo, de anhelos para amar más, o que te odien menos. Los motivos no son otra cosa que resortes del alma, que te lanzan a cien. También cojones, para dejar de pensar en tu divino ombligo y quebrar la voz por una realidad que se maquilla de bienestar, pero que esconde arrugas miserables y celulitis grasienta. Hay motivos para que estemos todos y no sólo la decencia mal entendida de toda la vida. Motivos para decir que no quiero una religión --ninguna-- y que mis hijos deben motivarse más por ética, que por milagros. Para que una madre y otra madre, otro padre y otro padre, no sean delicuentes de pecado, y sí ciudadanos corrientes que forman al hijo desde la responsabilidad y la paternidad. Motivos para temer un pensamiento único, indiscutible, de aquellos patriotas que sólo se dejan los sentimientos en el ondear de una bandera, que también es de todos. Esas son las voces de tantos motivos: un "no a la guerra", porque no, ni por todo el petróleo del mundo, ni por todas las fotos del líder, que sólo le llevarán a la inmortalidad más sangrienta. Motivos para acallar al Trillo de los cojones, que si leyó a Shakespeare no se enteró de nada, y porque no se enteró de nada, vacila a los moros y entierra confundidos a los militares del avión gangoso. Motivos para no querer ser del primer mundo, aunque eso me traiga alfombras de paterosos para calentar mi salón. Motivos para ciscarme en toda la macroeconomía, mientras Urdaci me cuenta el cuento de un país cantarín y alegre, y por tanto sin motivos. Para chillar, asqueado y motivado por la mujer amoratada, cuando, y casi siempre, rociada de fuego y sangre. Motivos para escupir un orden que no es mío, pero si una libertad en orden. Hay motivos, tantos como conciencias. Sólo es cuestión de dar riendas a las voces, a no acallar lo que a uno le dicta su alma. A mí me motiva, todavía, este entrante de primavera, que me hace adolescente. Claro que en aquella época sólo me motivaban los revolcones. Hoy y, a pesar del aire limpio que me viene, me motivan una carga de pecados que no son del confesionario, ni de ningún mandamiento. Sólo los de la vida. Hay motivo.

*Autor teatral