TPtuedo asegurar, de buena fuente, que Juan Carlos I de España no piensa reclamar los derechos históricos sobre Cuba y Filipinas, traumáticamente arrebatados en los finales del siglo XIX. Asimismo, ni en el gabinete, ni en la secretaría particular de Marcelino Iglesias consta que exista una petición para solicitar los derechos históricos de la Corona de Aragón sobre Nápoles, ni en Nápoles (Nea Polis, Ciudad Nueva) existen ánimos para reclamar derechos sobre las costas griegas, ni en Grecia hay ánimos para pedir los restos de feso y Troya, hoy en poder de los turcos, ni Turquía tiene intención de solicitar de la ONU la restauración del imperio otomano.

Vamos, que ni siquiera Francia y Alemania discuten acerca de los derechos históricos sobre Alsacia y Lorena, lo que demuestra que el porcentaje de históricos e histéricos sobre kilómetro cuadrado en esta vieja Europa no es tan alto como algunos días cabría suponer desde este rincón llamado España. La historia es una sucesión de parricidios, traiciones, guerras y asesinatos de muy variada especie, cuya consecuencia son los límites políticos que hoy podemos observar en los atlas de Geografía. A partir de la II Guerra Mundial se dio por bueno lo anterior, y las descolonizaciones y segregaciones se han llevado a cabo de común acuerdo, aunque siempre haya partidarios de los métodos tradicionales, en versión terrorista a falta de ejércitos regulares o mercenarios.

En China, por ejemplo, no están nada preocupados por los derechos históricos. Más bien dirigen su inteligencia y su esfuerzo a presionar por el libre comercio, que va a arrasar lo poco que queda de la industria textil en Europa y va a afectar gravemente a Cataluña. Pero eso son cosas del presente que va a conformar el inmediato futuro que se avecina. Nada importante que pueda ser tomado en serio por un histérico de los derechos históricos o por un obsesionado del pretérito siempre imperfecto.

*Periodista