TStoy muy respetuoso con el derecho de manifestación. Me parece bien que la gente exprese sus desacuerdos, clamando en la calle, escribiendo en las redes sociales o repartiendo pasquines. Defiendo que es lícito que se proclamen las discrepancias con políticas o acciones de gobierno, si se entienden como injustas o equivocadas. Ahora, pienso, también, que, en lo relativo a las huelgas, hay varios puntos --que entiendo son fundamentales-- para que una huelga sea efectiva, justificada, razonable y democráticamente aceptable. Creo que el huelguista ha de demostrar su congruencia, esto es, un compromiso con aquello que defiende, siendo, por tanto, consecuente con su decisión de hacer huelga y coherente con lo que respalda. Igualmente, opino que la persona que secunda una huelga ha de ser respetuosa con aquellos a los que critica, particularmente en la expresión de sus gestos, proclamas y en el modo de llevar a cabo sus acciones de protesta. Ocurre, desgraciadamente, que, a veces, esto no es así, y que, por ello, la inmensa mayoría de manifestantes ven como sus reclamaciones quedan oscurecidas por el mal comportamiento de algunos de sus compañeros. Porque hay supuestos huelguistas, que aparecen en las cifras de seguimiento de la huelga, que ni siquiera acuden a las manifestaciones convocadas, y que optan por dedicar el día de huelga a otros menesteres, tales como estudiar, pasar el día con amigos o familia, holgazanear o hacer gestiones, según los casos. Luego, están los que sí secundan, efectivamente, esas huelgas, grupo en el que se esconden algunos de los que, obviando las leyes del civismo, aprovechan la marea para gritar frases insultantes y despectivas contras las personas y las organizaciones a las que se oponen. Yo, sinceramente, creo que en las huelgas democráticas, sobran las faltas de coherencia, las actitudes hipócritas, los gestos totalitarios y las banderas anticonstitucionales de cualquier color. Pero, desgraciadamente, aunque sobran, siempre están ahí. Y esto es una auténtica pena.