Era una voz diferente a la de otras mañanas. No sonaba en la radio la misma cantinela de amagos de dimisión, tragedias varias y otro asesinato machista. No. Afortunadamente.

A pesar de que ya iba la semana avanzada y se notaba el cansancio del madrugón, aquella historia era un soplo de aire fresco. De esperanza en el ser humano. El héroe de Bilbao.

El héroe silencioso que no esperaba que su acción hubiera tenido tanto eco en los medios de comunicación. Y yo me decía, mientras preparaba el desayuno y hacía las camas, que sí que estábamos necesitados de ella. Y de muchas más como la de este operario de Bilbao que se negó por razones de conciencia a trabajar en el traslado de un cargamento de bombas con destino a Arabia Saudí y que ahora se enfrenta a una sanción.

Se jugó parte de sueldo y, escuchándole la otra mañana, uno puede pensar que actuó consciente de que lo hacía desde la normalidad de alguien horrorizado con las imágenes de niños masacrados vistos en televisión unos días antes. Y es que nos pasa eso, que nos cuesta normalizar los actos desde el corazón y la cabeza, porque nuestro protagonista, inconsciente él, fue capaz de confesar ante la periodista que le entrevistaba que no lo volvería a hacer por su situación económica en casa. Que le arañen ahora un pedazo de nómina no es plato de buen gusto por muchos parabienes que estuviera recibiendo. Y es ahora, digo yo, cuando a la sociedad civil, es decir, ciudadanos como usted y yo, nos toca defender a quien dio la cara para no contribuir, aunque fuera de forma indirecta, a que siga muriendo gente inocente. No he sido nunca de subir a los altares a nadie, ni siquiera cuando más prestigio tienen. Lo que pasa es que oyendo al bombero vasco nos toca aprender que no todo es tan anormal como parece tantas veces.