A raíz del terrorífico atentado islamista de la semana pasada, no puedo dejar de darle vueltas a cómo se ha comportado una parte de la clase política del país ante lo ocurrido. Es cierto que ha habido una avalancha de mensajes y declaraciones de repulsa y condena contra los terroristas que lo han perpetrado, y de solidaridad con las víctimas. Pero también lo es que, por parte de algunos, se ha manifestado una tibieza, tanto frente a los autores de la barbarie como hacia aquello que los inspira, que indigna y avergüenza.

Porque no es admisible que ciertas fuerzas políticas (como Podemos, IU, PDCat, ERC o PNV) no sean capaces de suscribir un acuerdo como es el Pacto Antiyihadista. Porque no es aceptable que dichas formaciones políticas se mantengan como observadores del mismo, con la que está cayendo. Porque hay ocasiones en que se han de superar las refriegas partidistas, para tomar parte, de manera manifiesta, por valores universales y objetivamente buenos. Y porque, en los momentos verdaderamente graves, no valen componendas, estrategias, ni técnicas de distracción.

Los líderes de esos partidos, que se debaten entre el radicalismo, el populismo y el afán por fracturar España, han demostrado, con una actitud carente de cualquier atisbo de responsabilidad, que no son dignos de ostentar ninguna responsabilidad de gobierno en ninguna de las instituciones del Estado. Porque nadie que se limita a observar, cuando están matando a sus compatriotas, puede optar a decidir nada sobre el destino de sus conciudadanos. Porque, para que cualquiera pueda votar, expresarse en libertad o debatir, tiene, en primer lugar, que estar vivo. Y eso es, precisamente, lo que se persigue con ese pacto: que los españoles puedan estar lo más seguros posible frente a la amenaza yihadista, que caiga todo el peso de nuestras leyes sobre los terroristas, y que las víctimas del terrorismo islamista cuenten, siempre, con el apoyo y reconocimiento de su país e instituciones.

Si Podemos, IU, PDCat, ERC y el PNV no demuestran una voluntad firme para trabajar y velar porque los puntos del Pacto Antiyihadista sean algo más que un papel mojado de lágrimas, no merecen ni asistir a las reuniones de dicho pacto. Porque el mayor, y más preciado, derecho del ser humano es el derecho a la vida. Y, para salvaguardar ese derecho (del que emanan todos los demás), no basta con contemplar el panorama. Hay que comprometerse, esforzarse, sacrificarse por el bien común, y luchar con valentía y convicción.

* Diplomado en Magisterio