Dramaturgo

Si tienen ustedes el detalle de mirar "Furgón de cola" del día 19, jueves, verán cómo di en la diana al señalar las cifras de 3 y 8 como iniciales o finales del "gordo" de Navidad. No es que yo sea mentalista, simplemente se debe a una "potra" como otra cualquiera, como si ahora dijera que la lotería del Niño acaba en 5 y lleva un 7, igual acierto. Ahora bien, de lo que estoy seguro, de lo que tengo certeza absoluta (que viene al caso por la fecha de hoy) es del futuro que le aguarda a una masa inmensa de niños a los que el nuevo Herodes, este sistema voraz, injusto y cruel en el que nos movemos, ha condenado a muerte. No hace falta ser Blake para adivinar que tanto en Etiopía como en Tucumán o Irak, miles de inocentes van a costear los gastos de nuestros derroches, van a pagar la factura de nuestra seguridad occidental (y no serán ni parientes siquiera de terrorista alguno) van a saldar los desfases de nuestras cestas de la compra (en Etiopía la Nestlé no se anuncia hablando del dios azteca ése) o abonarán con sus vidas la deuda externa de un país en el que las vacas las lavan con champú (Argentina, que lo de la India es otro cantar).

No hay que ser un mago para predecir que el futuro de millones de niños pende del hilo de los intereses de las industrias farmacéuticas, de los resultados en la bolsa de los accionistas de armamentos, de la balanza económica de cada uno de los países. Y lo más indignante de todo es que las fórmulas para acabar con esta situación siguen siendo las mismas: cuestaciones callejeras, galas televisivas, mensajes sentimentales y buena voluntad. Como ocurre con el chapapote, seguimos queriendo contar la arena con las manos y se nos escurre.