Escritor

Ningún idioma como el español para los insultos, y para toda palabra lanzada con el arcabuz de la boca. Los insultos en inglés son procaces, pero nunca producto de una guerra civil donde se cocieron los mejores del mundo. Insultar a los romanos, ya lo hicieron los cartagineses como nadie. El odio eterno de Aníbal, era producido por Africa, que es la sal y la pimienta del guiso. Nuestros generales crearon toda una gama de imprecaciones, que nacían de los lagartos y los escorpiones del Atlas. Pero entre estos dos extremos está la ocupación francesa y los afrancesados. Frente a ellos estaba el pueblo doliente que se mesaba los cabellos de dolor. Los franceses venían de correr duques y grandes de Francia cuyas cabezas corrían ensangrentadas mientras las putas se morían de risa haciendo ganchillo. Pero donde el taco, la blasfemia, la maldición, la profanación y la apostasía sienta sus reales es en la guerra civil del 36, y muy concretamente en los frentes de batalla donde los señoritos y el pueblo en distintas trincheras sacan lo mejor de su odio mientras cantan los señoritos carrasclá, carrasclá qué bonita serenata. Los falangistas hasta crean su propio acerbo patrimonial donde los hijos de puta vuelan como avispas con el aguijón en semejante parte.

Los propios reyes crean un patrimonio de ellos, donde destaca Fernando VII, que echó los dientes entre putas y cigarreras. Qué no sería, que su esposa Amelia de Sajonia, al verlo blandir en el tálamo, la verga enhiesta y desproporcionada, se cagó en la cama mientras rezaba el rosario, según cuenta Villaurrutia. La lozana andaluza, de Delicado, es el monumento al insulto y a la procacidad con pedigrí de Real Academia de la Lengua, pasado por Alberti que los eleva a la santidad. Hoy, el insulto está centrado en los nacionalismos reverdecidos a los pecho de Aznar que no les ha dado alas y leche merengada madrileña. Por eso el príncipe Felipe no se lo ha pensado dos veces y ha elegido una mujer hermosa, criada a los pechos de un novelista desconocido para España, no tanto para unos cuantos extremeños.

El insulto y la blasfemia siguen alumbrando nuestras vidas por los siglos de los siglos.