Historiador

Escuchaba con atención los sabios consejos de un catedrático de la Universidad de Extremadura, conversación pública, que compartía, a su vez, un alto cargo político, indicándonos la dura dicotomía entre el mundo de las letras y el de la cosa pública . Comprendía el planteamiento, pero al mismo tiempo discrepé en sus conclusiones. Entiende uno que si queremos desvirtuar la apreciación que tiene la gente sobre los políticos, debemos comenzar por admitir, permitir, favorecer y en definitiva impulsar, la entrada en lo que se puede considerar esta temporal forma de vida, de los considerados bien preparados.

Estamos habituados a identificar, en muchas ocasiones, al político con aquel personaje que tan sólo ha sabido aprovechar determinadas oportunidades. A ello no ayudan ciertamente, el talante de los tradicionalmente considerados intelectuales. Fundamentalmente los procedentes de la universidad. Se dirá que se han funcionarizado. Se dirá que tienen otras preocupaciones más particulares. Pero, verdaderamente resulta triste observar que lo que la sociedad extremeña les dio: una buena formación y una previsible inversión y reversión a la comunidad, no se está produciendo.

Son casos aislados los que vemos en los medios de comunicación: profesores universitarios, artistas, escritores..., que se pronuncian sobre cuestiones de actualidad.

Indudablemente creo que es necesario la fusión de la militancia política, social o sindical y el perfil intelectual. Aunque sólo sea para poder llenar de sentidos ambos mundos. El intelectual y el político no es que se necesiten es que deberían ser lo mismo. La acción y la reflexión unidas.