Filólogo

A una tarjeta personal e identificativa, con funciones de gestión e información universitaria, se le denomina "carnet inteligente" de la Unex. A estas alturas y con las guerras padecidas, tenemos alguna idea de a qué cosas se llama hoy inteligente: una bomba inteligente es la que destinada a volar un puente, cae en un mercado y despanzurra a treinta pacíficos ciudadanos que compran lechugas.

Los edificios inteligentes, también domóticos, son aquéllos que monitorean, reinician, integran los automatismos y controlan la calefacción, la ventilación, el aire acondicionado, a base de microprocesadores, hasta que al monstruo arquitectónico le entra el alzheimer y hay que recurrir a que el homo sapiens gatee y abra las ventanas para poder liberarse de los aromas que desprende su componente más grosero. Tales hogares se portan con normalidad hasta que en pleno verano encienden la calefacción y en diciembre ponen en funcionamiento el aire acondicionado.

Hace poco la Guardia Civil de Cáceres, reconvertía en convencionales los coches inteligentes de patrulla y no se sabe a día de hoy la causa de tan sorprendente decisión contra el progreso. En la intimidad nos hablan ya de la llegada de las bragas inteligentes: una empresa americana ha patentado bragas y compresas inteligentes, que permitirán conocer a las mujeres cuándo están a punto de ovular, y ser advertidas de la llegada de su menstruación: unas telas interactivas de resinas y ácido carmínico, cambiarán de colores y advertirán de los cambios tan significativos que se avecinan. La extensión de la prosopopeya y la circularidad del lenguaje hacen que le pongamos a las cosas de usar y tirar el apellido más específico del ser humano, pero la simple lectura óptica de datos acumulados con anterioridad en una ficha de plástico, no acrece la inteligencia. Ni siquiera en los poco exigentes recintos universitarios.