Abogada

Una vez más la banda terrorista ha vuelto a sacudir las entrañas de nuestra democracia; la intolerancia persigue cada una de sus actuaciones, y algunos destacados dirigentes políticos sucumben a su estrategia, espoleados por un rancio nacionalismo que, a estas alturas, está más que sobrevenido.

Si algo estoy admirando del país en el que me encuentro --Brasil-- es su capacidad de tolerancia, su mixtura, su mezcolanza absolutamente pacífica. Aquí jamás uno puede ser intolerante cuando sus raíces son fruto de una síntesis de occidental, de indio, de asiático, de nativo de estas tierras. Nadie guarda apego a un terreno, porque todos son el resultado de un deambular de años. Aquí poco o nada se entiende de masacrar por un pedazo de tierra que a pocos o a nadie pertenece desde fechado tiempo.

Es triste y doloroso que en nuestro país se siga hablando de una especie de etnia separatista, cuando lo que se persigue es la cooperación y colaboración entre países, identidades y fronteras. Resulta absolutamente paradójico que algunos sigan mercadeando con un espacio territorial cuando la interrelación de culturas es y debe ser el objetivo de una civilización que se precia de ser permisiva con el que es diferente.

En esta especie de país de las mezclas culturales que es Brasil a nadie se le ocurre plantear una separación secular, sencillamente porque sería algo así como retroceder en el tiempo y renegar de sus propios ancestros. Pues nadie pertenece a nadie, ni nada es de unos pocos. En la tolerancia de las gentes está la tolerancia de las propias fronteras.