YCifuentes se fue con la vergüenza, por no haberse marchado antes con la disculpa. Esta última es admisible, casi a diario todos nos disculpamos y pedimos perdón, para tener la cabeza alta y ser digno de bien mirado, por eso nunca entenderé cómo algunos políticos no optan por esa salida, pues quizá posiblemente sea la mejor manera de seguir en la actividad y mostrar un lado humano, el del error admitido, antes que embutirse en el de mentiroso cogido en público.

Posiblemente lo del máster comprado era un error irreparable, para llevársela por delante, pero el empeño en la indignidad se ha llevado por delante a más gente, ha aplastado una vez más la credibilidad en la vida pública, y al final ha terminado en la mayor de la vergüenza para una exdelegada del Gobierno, y expresidenta de la Comunidad de Madrid, que siendo vicepresidenta del Parlamento de esa Comunidad entra en un ‘súper’ y se lleva dos botes de la crema de moda, buena, bonita y barata.

El panorama partidario nacional actual da la impresión del ocaso de los dos grandes partidos de las últimas décadas, PP y PSOE, con solución de recambio para el primero, que es Ciudadanos, pero no para el segundo una vez disuelta por sí misma la posibilidad de ‘sorpasso’ que un día Pablo Iglesias soñó en darle al partido hegemónico de la izquierda española.

Por eso mismo la marcha vergonzosa de Cifuentes es a la vez una bomba para el futuro de Ciudadanos, a la vez que una oportunidad de demostrar que vino a hacer lo que predicaba y en principio practicó en Cataluña: un partido decente de centro, o centroderecha, homologable con los de otros países europeos, y que vendría de verdad a protagonizar una segunda Transición, tan necesaria, de la mano del centro izquierda o izquierda moderada, el Partido Socialista.

Hubo ocasión de ello en 2016 y no vamos a recordar por qué no fue posible, pero a partir de aquello a los naranjas les ha entrado un vértigo de responsabilidad, sometidos a una prueba del algodón que no está superando lo que yo al menos esperaba de ellos. En una Comunidad de Madrid con presidentes PP uno tras otro corruptos, escándalo sobre escándalo, y con el trasfondo de un PP nacional beneficiario de la laxitud con que hoy se juzga electoralmente la corrupción -muy lejos de la hipersensibilidad española en los años 90 que condenó al PSOE a la oposición durante ocho años, que podrían haber sido 12 si no fuera por el atentado de Madrid--, con ese trasfondo resulta inconcebible y casi una traición a sus principios inspiradores, que Ciudadanos Madrid apoye a un nuevo candidato popular en Madrid, en vez de acudir, como primer experimento por fin, a un gobierno transitorio de concentración con PSOE y en el que debería entrar Podemos (fuera vetos), que diera estabilidad a los madrileños y una buena escoba al sistema para barrer tanta suciedad acumulada en la polivalente Casa de Correos de la Puerta del Sol, que reconvirtió las mazmorras de la policía política franquista en modernas cloacas de la corrupción y el saqueo de los recursos públicos.

Un circo nacional infame en el que dos diputados solitarios, de Foro Asturias y Nueva Canarias, ríen con un enredo que ha beneficiado a Rajoy al haber votado el segundo por indicación del primero, y en contra de la voluntad del diputado canario, asegura este último, a favor de los Presupuestos estatales. El PNV ahora los apoya, pasará la factura -así se escribe la historia de los equilibrios socioeconómicos entre españoles--, y la siguiente será la catalana, de una u otra forma.

Cs engorda con la descomposición maloliente del PP, y con la inacción y parálisis nacional del PSOE, pero vaya viaje si es cuestión de herencias: de los franquistas del Movimiento a UCD, de los centristas de Suárez al PP, y del PP a Ciudadanos. Ya casi no hay partidos; hay Rivera, Rajoy, Arrimadas, Sánchez, Iglesias y… Valls el francés odiado en Francia que opta a la alcaldía de Barcelona.