Querido Juan :

Aunque no es aconsejable dar rienda suelta a los sentimientos cuando están en plena exaltación, mi silencio en estos momentos se haría cómplice de tanto silencio ingrato con que nuestra tierra ha venido envolviendo tu nombre. La noticia me la ha traído, como volando en un susto, ese pajarillo temblón de nuestros días que es el teléfono móvil. Cuando terminé de asimilar la mala nueva que la pantalla me mostraba sin consideración alguna, ya se me había escapado la imaginación hacia tantos momentos vividos cerca de ti; hacia tantas conversaciones que tuve el honor de mantener contigo sobre el arte y sobre la vida, hacia tantos momentos entrañables en que Soledad y tú fuisteis dos miembros más de mi familia. Pero tampoco la rabia ha estado ausente en este barahúnda de sentimientos. Rabia porque la muerte, que no estaba invitada, nos ha ganado la partida del desagravio que todos te debíamos.

No hace muchos días estuvimos juntos por última vez (¡...!) Me llamaste para decirme que al fin se había dado luz verde al proyecto de tu museo en Mérida y que te disponías, con la ilusión intacta de tu eterna juventud, a restaurar con tus manos las heridas dobles de esa obra que agoniza en sótanos y naves de la ciudad. Me pediste en la misma conversación, que en el inminente Patronato del Museo Juan de Avalos fuera yo tu representante y tu voz. Acepté. Y me ratifico en esa aceptación, pues si antes consideraba para mí un honor ser la voz de tu voz, ahora lo será ser la voz de tu silencio.

Hace muchos años te hice una entrevista que se publicó en la prensa regional. Recuerdo que en ella te pregunté: "¿Crees en Dios, Juan?" Y tú me respondiste: "Creo en Dios porque creo en el milagro de mi existencia". Luego hablamos con amargura del triste destino de tu obra desperdigada, que ya andaba en manos del desprecio. Y después me hablaste con fervor de las otras cosas importantes de tu vida: La memoria de tus padres, el amor al arte y el amor a Mérida. Seguro que hoy estás contento porque la tierra de nuestra Mérida ya te cobija junto a tus padres, al amparo de tu magnífica Piedad y, sin duda alguna, cerca de Dios. Y tus obras errantes están a punto de encontrar acomodo donde siempre debieron estar.

Si hubiera de ser yo quien escribiera un epitafio sobre tu tumba, dudaría: ¿Aquí yace una gloria universal del arte? Eso es cierto. ¿Aquí yace un hombre esencialmente bueno? También es cierto. Pero lo más exacto sería poner: Aquí yace un hombre bueno, artista insigne, que padeció como nadie el sempiterno cerrilismo de las dos Españas .

Antes de despedirme, Juan, déjame que me asome a tu muerte y que, con el poder que me otorga mi parte alícuota de soberanía, esa que ahora nos quieren arrebatar, coloque sobre tu pecho sin tiempo la Medalla de Extremadura, la que no necesita de decretos ni de acuerdos corporativos porque viene directamente del corazón de muchos ciudadanos. Exhíbela desde mañana con orgullo en tu vitrina de estrellas.

*Miembro del Patronato

Juan de Avalos