Seguimos en nuestras trece de mantener con vida a una persona que, pisoteando el derecho a disfrutar de una muerte digna, le sometemos en el crepúsculo de sus días a una lenta agonía, la mayor de las veces con un deterioro casi total, hasta que su cuerpo diga: hasta aquí hemos llegado. Durante ese tiempo al enfermo se le despoja de su dignidad haciéndole mil perrerías para finalmente llegar al final ineludible que es la muerte. Todo ello amparado por un juramento que los médicos han proferido, el pomposo juramento hipocrático, pero los que realmente cargan a sus espaldas el peso de ese voto son los familiares, que con la fatídica frase: ya no podemos hacer nada por él, llévenselo a casa, es entonces cuando tienen que engrilletarse a la cama del ser querido, aprender a ser médico, enfermero, auxiliar, para cumplir ese mandamiento que ellos no han pronunciado. Si queremos cumplir ese juramento, el de seguir manteniendo artificialmente con vida a una persona desahuciada, entonces habrá que cambiar el actual sistema sanitario, contratar a miles de asistentes o cuidadores para garantizar el cumplimiento de esa promesa, para no encasquetárselo a los familiares, que ya tienen suficiente con el drama de perder al ser cercano como para que encima les carguen con una tarea para la que no están preparados o que, simplemente no quieran ejercer, que para eso están los hospitales. Esta táctica ha servido hasta ahora, pero con las nuevas generaciones, que somos menos sufridos que nuestros antepasados, no tardará en surgir la figura del insumiso, que no se resignará a vivir en las tinieblas ejerciendo el intrusismo.

Con todo ello, el derecho a morir dignamente, con la supervisión meticulosa de médicos se me antoja una necesidad a corto plazo, y dejémonos de una vez de moralinas e hipocresías. Quien jure, que cumpla.

Personalmente prefiero asumir el peso de la ley por denegación de auxilio a una persona que no tiene cura a pasarme varios años en la lobreguez, en un túnel en el que no se ve luz luchando por una causa perdida de antemano, pues es crónica de una muerte anunciada.

*Juan Carlos López Santiago (Jaraíz de la Vera)