Escritor

Uno nunca pudo imaginarse que las cosas iban a ponerse en la política placentina de la forma en que se han puesto. Vengo repitiendo, repitiéndome, que ésta es una ciudad diferente y los acontecimientos, día sí y día también, se empeñan en darme la razón. Por ahí fuera (en Cáceres, en Mérida, en Badajoz) también me la dan: no nos entienden. Con independencia de los procedimientos (las formas, qué duda cabe, son fundamentales en todo, especialmente en democracia), no acierto a comprender esa defensa a ultranza llevada a cabo por unos cientos de paisanos en torno al actual alcalde y a su puñado de incondicionales por culpa de la elección de la candidata del PP a las próximas municipales. Si es porque deploran el desaire, sea. Con matices, por supuesto, pues la disciplina es, con mucho, el requisito primordial de cualquier militante de un partido político. Ahora bien, si lo que pretende ese grupo de leales es hacernos creer que justifican una gestión municipal y que la validan como digna de ser repetida, la cosa, a mi modo de ver, cambia. No, por favor, otra vez no. Ocho años han sido bastante. ¿Qué hitos de esa gestión desean reivindicar? ¿La dilapidación del patrimonio municipal y el consiguiente endeudamiento; los desaguisados cometidos en parques y jardines; la caótica ordenación del tráfico; los mil congresos populistas de la concejala del ramo; la carencia de una política cultural coherente; el botellón del concejal deportivo junto al colegio; los estragos consumados en Valcorchero?

Además de inaugurar obras heredadas y de poner en marcha acciones ineludibles (como la ordenación de Santa Bárbara y el preceptivo cuidado de los centros educativos); aparte de no impulsar proyectos de envergadura dignos de una ciudad que merezca tal nombre (la omisión, no se olvide, es un pecado ), ¿de qué puede enorgullecerse ese victimista equipo municipal? ¿De imponer un estilo autoritario (de Dover al interventor) que paradójicamente no ha traído seguridad sino todo lo contrario; de promover un Congreso Taurino que quiso ser mundial y no salió de la calle Verdugo; de mantener un penoso e inseguro polígono industrial que avergüenza a propios y extraños; de los festivales de teatro popular del Alkázar; de tener metida a la Policía Municipal en un par de habitaciones; de la decadencia del Festival Folk; de perder la ocasión de levantar en Santo Domingo una pinacoteca de referencia; de remozar algunas calles e iluminar la discreta plaza mayor mediante horribles farolas modelnas ? Excelencia le llaman a la cosa. Que salgan por ahí fuera y vean lo que es de verdad la excelencia. O algo parecido, por lo menos.

Ojalá no me equivoque, pero me parece digno de mención que al frente de las respectivas candidaturas no haya ningún defensor o defensora de lo rancio. Porque a su elogio, sobre todo, se han dedicado con localista obstinación los defenestrados, logrando que esa ranciedad impregne a la ciudad misma, un pueblo vetusto y ensimismado de procesiones, ferias y romerías. Urge un cambio de estilo, de tono, de maneras. Y creo que éste se va a conseguir; incluso si a última hora se presenta alguna candidatura de esas que llaman, por llamar, independiente. Nos espera una ciudad, poco importa de qué siglo. Preferiblemente, del XXI. Quiero creer que la historia está, por fin, de nuestra parte.