Periodista

Una lágrima es un recurso muy resultón ante un auditorio adicto. Anteayer la derramó Aznar en la investidura de Rajoy como sucesor, y los suyos, contagiados por la emoción, aplaudieron a rabiar. La gente del PP debe ser llorona en momentos tan solemnes como el que anteayer se vivió. Se da el caso de que hace 13 años, 10 meses y 12 días, el 15 de octubre de 1989, al señor Fraga le ocurrió lo mismo en A Coruña, en el Teatro Colón, cuando confirmaba públicamente al señor Aznar como su sucesor. Competía en sus primeras elecciones generales, pero aquel era más que un acto de campaña electoral. Por primera vez se les veía juntos. Aquel señor joven del bigote, que aparecía en mangas de camisa en el escenario, era como un hijo bien amado del veterano político, en el que éste había puesto todas sus complacencias. El columnista estaba allí y tituló su contracrónica con aquellas lágrimas, que el exministro no disimuló.

Dicen que la música amansa las fieras. El columnista no puede dar fe. Lo que sí está comprobado es que una lágrima de emoción, en un momento oportuno, humaniza al iracundo y al que fue dotado por la naturaleza de un carácter frío como un témpano de hielo, condiciones personales que distinguen al líder que se fue entonces y al que se ha ido ahora, según algunos observadores.

¿Son lágrimas que les salen del alma o las ha inspirado algún asesor de imagen, buen conocedor de la psicología colectiva en actos como el del martes o el de hace casi 14 años? Si es así, podría ser, incluso, que fuera el mismo asesor. Quizá habría que pensar en otro, no sea que cuando a Rajoy le llegue la hora del relevo, porque es ley de vida, recomiende otra vez el recurso efectista de la lágrima.