TLtas historias de nazis nos han acostumbrado a un tipo bestial de represalia. Un prisionero se evade o un resistente comete un atentado y el lúgubre oficial alemán ejecuta a diez inocentes elegidos al azar. El secuestro en misión de guerra o en acto terrorista -¿hay diferencia?- de un soldado israelí ha desencadenado la ira inmisericorde contra la población inocente de Gaza, contra sus niños y sus viejos, contra todos sus representantes legales, contra los enfermos de sus hospitales. Este esquema de odio no es nuevo. Tampoco será novedad la previsible reacción de los palestinos; esquilmados, vejados y engañados durante décadas tanto por los israelíes como por sus propios socios y dirigentes, muy poco les queda por perder. Si el primer ministro de Israel ordena a sus tropas que hagan "todo lo que tengan que hacer", es fácil imaginar que los palestinos pondrán de su parte todo lo que puedan hacer.

La condición de víctima no convierte a nadie en inteligente ni en buena persona. En España sufrimos a diario a multitud de víctimas insoportables. Los israelíes creen todo permitido por haber sido víctimas hace medio siglo de un genocidio atroz y de haber sido sistemáticamente despreciados en diferentes períodos del recorrido europeo. Es estremecedor que la buena gente de un pueblo devoto haya sido objeto de tanto escarnio. Los lectores de ´Ivanhoe´ se remitirán al sufrimiento de la bella Rebeca, codiciada por un templario pero condenada a la perdición por la secta de los occidentales. Es inquietante que una nación entera haya sido cuestionada y aborrecida cuando ella presumía sin cesar de ser la nación elegida y que, hasta que la ´Shoah´ detuvo por completo la mera noción del término, en Europa se discutiera recurrentemente de la ´cuestión judía´. Discusión detenida hasta que el alborotado primer ministro de Irán denunció que con los sentimientos de culpabilidad de los europeos se castigara al pueblo de Palestina. Discusión que el estado hebreo no se priva de avivar con su política caníbal.

El problema palestino, en grandísima parte debido a la creación del estado de Israel, es el asunto más grave de política internacional. Para los israelíes, el asunto más grave es naturalmente su propia identidad y su subsistencia. En nombre de éstas han censurado las opiniones hostiles, que sistemáticamente tachan de antisionistas, y han atropellado los derechos de una población que, si no es más triste, es mucho más pobre que ellos. Han apelado sin tregua a su condición de víctimas para cometer las mayores barbaridades y han añadido el refinamiento de su experiencia al sagrado derecho del talión. Su propio dolor los habrá hecho dignos del cielo exclusivo de los justos pero no les ha enseñado ni la compasión, un sentimiento perteneciente al Nuevo Testamento, ni decencia democrática, que es un comportamiento profano impropio de santones. Jehová nos guarde del pueblo elegido.

* Periodista