Habla Luis Landero sobre su nuevo libro, La vida negociable, y dan ganas de salir corriendo a comprarlo y empezar a leerlo sin demora.

Y mira que tiene difícil superar al último, pero aun así apetece comenzar ya ese libro del que habla contándonos otras muchas cosas de regalo.

Por ejemplo, su vuelta a la ficción, después de apartarse de ella. O su opinión sobre la enseñanza de la literatura, con la que no puedo estar más de acuerdo. La clase de literatura tiene que dedicarse a leer, a comentar, a aprovechar esa disposición innata a expresar nuestra opinión sobre cualquier asunto. Se puede compartir el Quijote, pero no mandarlo para casa, para que el adolescente reniegue para siempre de los clásicos, de la lectura y del profesor que le deja a solas con algo que ya no entiende. Y de teoría, poco, o casi nada.

Unos breves apuntes sobre la época de Cervantes, no esas disquisiciones críticas con que algunos manuales castigan a nuestros alumnos.

No se trata de que se aprendan veinte folios de memoria, sino de que lean el texto original, en grupo, hablando, mientras se dejan seducir por el profesor, siempre que este haya sido seducido antes, por supuesto. Pero qué difícil.

Él, que fue profesor, lo sabe. Lo que la escuela enseña la televisión lo niega, lo escarnece y lo destruye. Sociedad y escuela ya no forman un todo, dice Landero. Y nos pone el ejemplo de los reality shows que cambiaron el concepto de esfuerzo y trabajo por el de dinero fácil, fiesta continua o fama.

Si formarse requiere una labor continua, si estar informado supone ponerse al día a través de varios medios, ahora lo que se lleva son las redes sociales, o como dice el escritor, las chuches de la información. Picotear siempre ha sido mejor que comerse un plato de legumbres.

Mucho mejor leer solo los titulares y creerse informado. Pero mucho mejor aún, no dejarse vencer por el desánimo, y leer lo último de un escritor coherente, que nos hace replantearnos no solo la literatura, sino también la vida.

* Profesora