Así es nuestra hermosa ciudad. Se viste de silencio durante la Semana Santa y llenando calles y plazas admiran los pasos procesionales, y elevan oraciones al compás de tambores y trompetas. Apareció Pascua introduciéndonos en el ámbito de la verdad más allá de sueños y fantasías, de leyendas y mitos. Cantamos con alegría al nuevo árbol de la vida y nos felicitamos las Pascuas de Resurrección. Apenas se había ido el olor a pólvora y el humo de la quema del dragón vencido por el valeroso caballero San Jorge de Capadadocia, nuestro Patrón, las calles de Cáceres se llenaron de gente para recibir a Nuestra Señora de la Montaña. Se cumplió al pie de la letra el ritual de siempre.

Calles engalanadas, olor a tomillo, vivas, cánticos y aplausos; alegría y lágrimas; toques de campanas; saludos y sonrisas. A las diez en punto, como siempre, la apoteosis. Los aires se llenaban con las notas del aleluya del mesías de Haendel y la Señora, estrella luciente, María, lirio virginal, tímida, plena de gracias, igual que una azucena, bella más que un esmalte, toda celestial se volvía hacia el pueblo intercediendo ante su Hijo por los que confían en ella. Como incienso subían las plegarias. Siempre viviré loando tu bondad santa y bendita. Quiero ver tu mirada maternal, donde la paz y la vida están. Eres cáliz de pureza, bálsamo de mirra, astro de luz, flor de paraíso y faro de esperanza que brilla en nuestras vidas junto al revuelto mar.