Las vanguardias del Ejército de Estados Unidos empezaron ayer a penetrar en las líneas que defienden Bagdad tras dos semanas de combates y después de intensos bombardeos contra las divisiones de élite iraquís que les cerraban el paso (y contra centenares de civiles de las cercanías). Se acerca el momento en que quedará claro si Sadam Husein tenía armas químicas e intención de usarlas.

El secretario de Defensa, Donald Rumsfeld, ha desencadenado el ataque cuando más intensas se hacían las críticas contra el Pentágono por el cruento curso de la guerra. Teniendo en cuenta lo poco fiable de los anteriores anuncios de victorias por parte de EEUU, puede que aún se deba esperar algunos días antes de saber si se ha roto la defensa iraquí o, una vez más, decisiones políticas precipitadas han impuesto un error a los generales.

Las fuerzas de invasión se acercan a la capital sin haber logrado controlar claramente ninguna gran ciudad. Rumsfeld insiste en que el régimen se desmoronará. Pero si la resistencia de los bagdadís es por lo menos similar a la de las ciudades del sur, más que en el inicio de la caída de Sadam estaríamos en el preludio de la gran matanza de Bagdad, que no tiene por qué ser el final de la guerra.