La reciente disputa entre los centros universitarios de Almendralejo, Badajoz, Plasencia y Cáceres por impartir el Grado de Periodismo es la última muestra de una de las grandes trabas al desarrollo que, desde siempre, ha padecido nuestra región.

Finalmente se impartirá en Badajoz, y es lo lógico, dado que allí está la Facultad de Ciencias de la Documentación y la Comunicación, donde se imparten carreras más afines, mal que nos pese, a las de la Facultad de Filosofía y Letras en Cáceres.

Aquí, por cierto, se dejó que desapareciera la de Teoría de la Literatura, y nunca se quiso implantar Filosofía, que atraería a estudiantes de toda Extremadura. A cambio se implantó Filología Portuguesa, que languidece por falta de alumnos, y que en Badajoz tendría más demanda.

Tengo un amigo que dice que él no tiene arraigo en ninguna ciudad, pero sí en la región, por haber residido sucesivamente en Plasencia, Mérida, Badajoz, y ahora en Cáceres.

Un caso raro el suyo, pues aquí prima lo contrario. Sigue habiendo mucho cacereño que detesta Badajoz, sin conocerlo, y mucho pacense que desprecia Cáceres. De esta manera, todos salimos perdiendo.

Muchos estudiantes cacereños prefieren, si no puede estudiar su especialidad en su ciudad, irse a Salamanca, y muchos pacenses a Sevilla, antes que ir a la provincia vecina. Peor para la Universidad de Extremadura, que adoptó la única solución lógica (como hizo la Universidad de Castilla-La Mancha), que era repartirse entre las dos mayores ciudades.

Ridículo resulta que en Cáceres se vuelva a plantear, para ilusionar al personal con proyectos grandilocuentes, la idea de un «aeropuerto internacional», donde como mucho aterrizarían algunas avionetas de millonarios que vinieran a monterías. Ya tenemos el aeropuerto de Badajoz, que no es internacional, y cuyos vuelos a Madrid y Barcelona tienen precios y horarios infames.

En lugar de potenciarlo como aeropuerto de Extremadura, se prefiere halagar a la parroquia local. Pero donde rizamos el rizo y terminamos de lucirnos fue con el AVE. En lugar de seguir la ruta más rápida y económica hacia Lisboa, la de la autovía del Suroeste, y que hiciera parada solo en Badajoz (o si se quería también en Mérida, con una lanzadera a Cáceres), se optó por el café para todos, trazando una demencial zeta inversa con paradas en Navalmoral, Plasencia, Cáceres, Mérida y Badajoz.

En Aragón, el AVE no para sino en Zaragoza (y alguna vez en Calatayud), pero gracias a eso los oscenses y turolenses tienen alta velocidad en su región desde hace mucho.

Aquí estamos con unas obras faraónicas, pues el trayecto que se decidió, por un relieve mucho más complejo, ha obligado a construir el túnel de Santa Marina, el más largo de alta velocidad en España, y el viaducto sobre el Almonte, el puente ferroviario con el arco más amplio del mundo.

Ignoro si habrá alguien que se entusiasme con estos récords. Tampoco sé si los esclavos egipcios que construían las pirámides estaban orgullosos de ellas.

A mí me abochorna que se tire el dinero cuando podían hacerse las cosas de una manera más económica y emplearse el que sobrara, por ejemplo, para resucitar el ferrocarril Ruta de la Plata, que vertebraría el oeste cada vez más abandonado y permitiría ir a Salamanca o Asturias en transporte público y tiempo razonable.

Los portugueses, que sufrían una crisis peor que la nuestra, se desentendieron del AVE, cuando vieron por dónde iban los tiros.

Algunos los cubrieron de insultos, pero nuestros vecinos demostraron simple sentido común, al renunciar a pagar por nuestras batallitas locales.